DESCRIPCIÓN DEL BLOG:

Es un blog literario dedicado íntegramante a destacar la figura de Heberto Padilla, escritor, poeta y hombre de pensamiento dentro del marco de las letras cubanas, así como, develar la génesis y las consecuencias dentro de la cultura hispana y universal del llamado Caso Padilla. Es nuestra intención acopiar documentos éditos e inéditos sobre el particular a modo de esclarecer las circunstancias que rodearon este momentum histórico y preservarlo como legado a las generaciones más jóvenes de escritores, poetas y artistas cubanos e hispanohablantes en general.

domingo, 27 de junio de 2010


Dialogo en La Habana
con Heberto Padilla

Viernes 19 de febrero 1971.
Cristián Huneeus





C.H. Heberto, permíteme disparar dos o tres cosas para iniciar esta conversación: me impresiona la onda de preocupación y responsabilidad moral en que se da tu poesía: es una poesía comprometida con el hombre en su situación social concreta en la civilización de hoy. En tus dos libros más importantes, El Justo Tiempo Humano (1962) y Fuera del Juego (1968), obra esta última a raíz de la cual, como se sabe, se suscitó el caso el "caso Padilla", hay una temática que veo esencialmente como la misma. Por ejemplo, el temor de la condena a nuestra época.

H.P. No, no siento yo esa condena; tampoco siento un orgullo especial por vivir en esta época y, además, es casi un tema retórico el que los poetas de cada época se sientan muy dichosos de vivir en ella. Todos exaltan la época en que viven y a pesar de que la sufren como nadie, se sienten dichosos de ser partes de esa época. Yo realmente no elegí esta época; es algo que asumiré o asumo a mi modo.

C.H. Pero Fuera del Juego es un libro puesto en la Revolución

H.P. Si, miran El Justo Tiempo Humano es una especie de antología, es un libro que resume, como dice en la solapa, libros que en algunos casos nunca se publicaron, porque eran tiempos en que no habían editoriales en Cuba. Es un libro ya viejo, un libro que llega hasta el año primero, primero o segundo, de la revolución, el año 60. El primer poema, Dones, es una especie de recuento de una vida vivida antes de la revolución, no muy larga porque yo no tenía sino 20 y pico de años cuando empezó la revolución, pero de algún modo, es un recuento de las experiencias de mi generación Por eso dice que "No te fue dado el tiempo del amor, ni el tiempo de la calma... Un viento de furia, etc.". Estos libros, como tu dices, tienen un vínculo; es decir que si este primero se llama El Justo Tiempo Humano, segundo se podría llamar El Justo Tiempo Histórico, por ejemplo, porque el primero, este, El Justo Tiempo Humano, incide más sobre la experiencia personal, subjetiva, yo diría, del poeta. Pero creo que en muchos sentido Fuera del Juego está contenido en ciertos aspectos de El Justo Tiempo Humano, en partes de El Retrato del Poeta como un Duende Joven, en infancia de William Blake, en donde quise establecer un diálogo entre dos épocas y justamente buscando un hecho ejemplar en un hombre como Blake, que es extraordinario para su época, que fue más allá de su época, y en otros, como en los poemas finales del libro, que ya directamente se referían al nacimiento de la Revolución Cubana, no hay duda que se planteen los elementos que aquí voy a desarrollar, pero con más intención y más obsesión, si se quiere, en Fuera del Juego.

C.H. En relación con esto, quisiera volver sobre esa preocupación y responsabilidad moral que me resulta patente en tu poesía. Cuando se piensa en Fuera del Juego yo diría incluso que tu poesía puede calificarse como poesía cívica. No sé si te guste el término, no sé si te parezca limitante. Por lo que a mí respecta, resulta un término de apertura cuando se aplica a tu poesía. Me explico. Es una poesía que asume el drama, no del individuo vuelto de espaldas al medio, como ha querido cierto crítico, sino del individuo en cuanto ciudadano, concebido en términos de esa palpitante intersección de fuerzas sociales y políticas que constituyen su exigencia mayor y su principal determinante en un Estado socialista.

H.P: Por eso yo quise decir que a mí fundamentalmente me interesa el hombre envuelto en problemas moral-políticos, digamos, y puede ser esto una limitación, yo no lo sé. Tu has hecho referencia a que ha sido mal comprendida en muchos aspectos esa poesía. El prólogo del libro donde se ataca Fuera del Juego se hace bastante obvio este problema. Se ha, diría yo, tergiversado lo que yo he querido plantear. El hombre envuelto en problemas morales y políticos, porque yo creo que ese es el hombre de nuestra época. Es decir, en estos libros hay desde el primero hasta el último una preocupación por la historia. En el mundo latinoamericano la historia ha aparecido como preocupación, pero de otro modo, de un modo muchas veces augural, profético, ético, en el sentido de que es previo al desarrollo de la sociedad. Entonces, yo estoy viviendo una experiencia desde hace muchos años, que no solo está reducida al hecho de vivir en Cuba una revolución, sino a haber vivido en otros países que hace muchos años han hecho esa revolución. He vivido en la Unión Soviética, he vivido en Checoeslovaquia, por ejemplo, en ambos países, años. Conozco casi todos o todos los países socialistas y a muchos de sus escritores. Yo diría que esta experiencia de más de 13 años ha marcado definitivamente mi formación personal.

C.H. La experiencia de vivir en el socialismo y la experiencia del contacto con los escritores socialistas...

H.P. Si, si, entre ellos hay muchos que han sido importantes para mí. No todos son poetas, por supuesto, pero también en su gran mayoría son poetas. Muchos de ellos casi desconocidos para nuestro continente, debo decirlo. Por ejemplo hay muchos poetas rusos, checos, polacos, húngaros, que son magníficos, y que a mí me interesan mucho. Estos jóvenes, cuando les conocí, específicamente a Vozneshenski, Evtushenko, en la Unión Soviética, alrededor de los primeros años del 60,61,62, empezaban en la literatura, eran jóvenes que se iniciaban pero que tenían una madurez sorprendente en relación con la que yo en aquel momento tenía. Yo había vivido en EE.UU, en muchos países capitalistas, nunca en un país socialista, como la Unión Soviética por ejemplo. El conocimiento que ellos tenían de la responsabilidad moral del escritor en su sociedad era extraordinario, a tal punto que en tal momento yo no pude calibrar a fondo lo que esta responsabilidad significaba en la literatura. A veces la tildaba a esa literatura de demasiado obvia, demasiado, como dicen ellos, demasiado pragmática o publicista, queriendo decir cívica, como tú has empleado, a punto de que, por ejemplo, recuerdo que en muchas ocasiones-discutiendo una noche con un grupo de escritores rusos en el año 62, mas o menos, ellos decían que si tuvieran que escribir un libro- ya no recuerdo quién decía esto exactamente, pero era uno de ellos, tal vez fue Evtushenko, tal vez Vozneshenski, decía que si tuvieran que escribir un libro de poemas políticos lo llamarían Poemas Privados y si tuvieran que escribir un poema, un libro en que intervinieran las pasiones del amor, lo podrían llamar Poemas Públicos; a tal punto está imbricada la situación social, las responsabilidades, las instancias exigentes, insistentes, de la vida social en el mundo socialista, con las pasiones personales del hombre.

C.H. La cosa está precisamente allí y yo debo precisar, en parte repitiéndome, que para mí Fuera del Juego es uno de los ejemplos más brillantes y más luminosos que conozco de poesía responsable, de poesía informada por uno propósito moral, directamente dirigido, directamente vertido, hacia la vida social: hacia la vida colectiva.

H.P. Eso pienso-en el sentido de la intencionalidad. Pienso que en ese libro la historia es una obsesión, pero quizás este libro no sea tan claro para otros mundos, para otros piases que no tengan nuestra misma experiencia; es lo que me he preguntado en muchas ocasiones. Si esto que yo escribo puede ser claro para el mundo, digamos latinoamericanos. Los latinoamericanos viven todavía una fase épica en su literatura, es decir que el socialismo es para ellos un propósito a cumplir, pero que en modo alguno exigiría una reflexión sobre su práctica, sobre su existencia. Pero nosotros, a 13 años o a 10 años, de haberse creado en Cuba una sociedad socialista, no podemos escribir ya en la misma forma. A tal punto la experiencia histórica nos ha marcado. Es decir, en algunos de estos poemas hay un momento, digamos de angustia, de reflexión angustiada, en esa práctica. Y yo lo he hecho porque no he querido falsearme. Yo creo además, por experiencia personal, por el contacto que he tenido con los poetas que he conocido, en todos los piases, en el mío propio, que todos viven en alguna medida fluctuando entre la desesperación, la angustia, el entusiasmo, el proyecto. Todo, todo, lo que puede constituir la naturaleza del hombre, se hace tan evidente, se hace tan extremo, tan límite. En nuestras sociedades, que proponerse políticamente, digamos, una finalidad persuasiva o de difusión de entusiasmo revolucionario por ser, me hubiera parecido injusto, me hubiera parecido un modo de traicionarme. Tal vez no sea ésta una poesía "útil", en el sentido en que habitualmente se entienda; tal vez se espere de la poesía cubana, como siempre se esperaba o casi se exigía de la poesía y de la literatura rusa, que reflejaran, más que la realidad que vivían, el proyecto de realidad por el que luchaban.

C.H. A mí personalmente me parece que cuando se quiere hablar de "utilidad" en el arte, hay que hacer una revisión total de los conceptos. Puesto que si el arte, a mi modo de ver, el arte verdadero, el arte autentico, es siempre útil. Aunque la palabra arte y la palabra utilidad se repugnen mutuamente, el gran arte es útil. Pero en un sentido muy especial, muy peculiar, en el cual solo puede serlo el arte. ¿Cómo definido ese sentido?. No es fácil: pero se trata de que el arte penetra en aquella zona de lo propio, lo esencial, lo definitivo del hombre, que es el punto único de entrecruce de todas las relaciones, expresa todo eso y lo redime. En ese sentido tu poesía me parece inmensamente mas "útil" para una revolución que aquella otra, la que canta el proyecto. Porque una revolución, si bien se da como un hecho externo, es fundamentalmente, creo, un hecho interno: un proceso de conciencia

H.P. Yo creo eso. Una sociedad está llena de contradicciones y de dificultades. Yo digo, por ejemplo, que la alienación persiste durante una etapa del socialismo; que no existe en la sociedad socialista todavía el agrado de participación general del pueblo, de la masa, en las decisiones. No existe. No existe todavía una articulación social que exija ésta participación, que la exprese como una necesidad. Entonces, este punto es muy importante porque hay una fase todavía de alienación que el poeta, no me queda mas remedio que decirlo, está obligado a reflejar. Yo creo que además de estar obligado a reflejar esa situación, si es consciente, tiene que escribir también una poesía de estímulo para la transformación. Existe un mundo al cual hay que persuadir de alguna manera, llevar de alguna manera por el camino que nos interesa. Pero también existe un mundo al que hay que decirle cómo es ese camino. Esto me lleva a tratar de aspectos políticos específicos que, por una serie de razones de los últimos tiempos, ni siquiera me gustaría tratar. Es tan complejo, tan difícil el problema, que podrían contra mis posiciones y argumentos levantarse otros tan válidos como los que yo puedo tener.





C.H. ¿Qué podrías decir sobre tu actitud ante el lenguaje poético y su relación con poetas que te oigo nombrar a menudo, como Elliot, Pound, Auden?

H.P. Como todo cubano nosotros hemos tenido una formación muy cercana inevitablemente al espíritu inglés. Por muchas razones. Nosotros vivimos, como sabes a 90 millas de los EE.UU. y desde niños hemos aprendido mas o menos el inglés. Francia había ejercido una influencia mucho más poderosa en el siglo pasado y a principios de este siglo en nuestras letras que la poesía en la lengua inglesa por ejemplo. Esta poesía era prácticamente desconocida. Para nosotros fue una cosa perfectamente normal haber llegado a ella. Al espíritu excesivo muchas veces, fogoso, locuaz, del hispanoamericanismo se le pudo añadir, como ocurrió en muchos casos, la contención, la lucidez, la norma, que esta poesía o esta literatura esencialmente proponían. Efectivamente, nosotros nos acercamos a esta literatura, a la literatura inglesa, como una totalidad, con un sentido incluso indiscriminado. Para nosotros un poeta ingles podía serlo Ezra Pound como lo hubiera podido ser Blake o Auden, a quién tu has mencionado. Había una totalidad, una atmósfera general, de ésta poesía, que a mí personalmente me cautiva, no solo por los temas sino por el modo de tratarlos. Era una poesía que no se fundaba esencialmente en la lengua, en el leguaje, en la metáfora, en la superposición muchas veces caótica de planes imaginativos, en un modo de nombrar que era una modo de escamotear. Eso yo siempre lo repugné. Fatalmente muchas veces caía en ellos, en esas cosas, incluso podría caer hoy. Pero, bueno, leí estos poetas en mi adolescencia, los he seguido leyendo mucho después, he vivido en EE.UU., he vivido en Inglaterra, esta poesía para mí ha sido muy familiar. Tan familiar que incluso me ha impedido disfrutar a veces de cierta poesía francesa que a mi no me interesa salvo muy contadas excepciones, que a mí en absoluto me interesa. La poesía francesa después del simbolismo me aburre mucho. A mi la experiencia surrealista, con ser tan exaltada por los poetas, con ser la poesía que se dice que abrió nuevas formas, nuevas experiencias, al poeta, me parece que se ha convertido en una academia, en una especie de dislocación superficial de esquemas poéticos convencionales. Para mi la metáfora, la imagen, son incidentes dentro de un poema, pero de ningún modo constituyen el centro mismo del poema. Si tu me pidieras que lo definiera no sabría ni como hacerlo. Pero yo recuerdo, voy a citar a un poeta inglés, un norteamericano, o inglés, que es ELIOT, que es muy conocido en América latina. Me parece como decía Eliot, que toda revolución en poesía se anuncia como una vuelta al lenguaje común, incluso a veces con esa misma vuelta. Que cualquier verso que se utilice, el métrico, el silábico, el blanco, el que fuere, no puede nunca separarse por completo de los intercambios del lenguaje diario.

Por ejemplo, Valéry, un poeta que influyó mucho en nuestra lengua en una época, decía que la poesía era un lenguaje dentro del lenguaje. Eso yo nunca lo entendí. Yo no creo que la poesía deba ser un leguaje muy diferente al lenguaje común o al lenguaje que pueda utilizar un hombre que escribe en prosa. Es la capacidad de síntesis -y esto nos llevaría a Pound- la que hace de este lenguaje, la que crea en este lenguaje, una dimensión que es lo poético. Pero yo no veo por qué la poesía deba renunciar a la reflexión, y me molesta la pasión con que muchos escritores y teóricos literarios de América Latina se refieren a la reflexión, a la idea dentro de la poesía. Pareciera que a la poesía no le es dada la oportunidad de pensar. Eso no lo creo yo. Yo creo que la poesía debe plantearse problemas, los problemas que agobian al hombre de una época o que lo entusiasman. Y precisamente has citado a Pound y yo creo que la gran lección de Pound es haber devuelto a la poesía la función que los latinos le dieron. Si nosotros hoy leemos a Marcial, a Catulo, por ejemplo, descubriremos una poesía que prescinde de todo el ornamento, de toda la carga verbal barroca, y va directamente al objeto, a la captación del objeto poético. Y a mí personalmente la experimentación, verbal no me interesa nada. Yo pienso que un poema es, en sí mismo, un momento de reflexión, de pasión y de belleza, que puede ser conquistado por los medios más disímiles, pero no sobre la base constante de la metáfora de la imagen. No, no me interesa. A mí eso no me interesa. Puede ser que yo esté equivocado. Eso no me interesa en absoluto.

C.H. Tu poesía tiene un carácter marcadamente concreto...

H.P. Exactamente pienso. A mí la poesía abstracta no me interesa mucho, a mí me interesa lo concreto, lo que se ha dicho, y esto ya es retórica También, el objeto poético mismo, sin decorarlo, sin cubrirlo. Esa catacresis, de que tanto se ha hablado, que consiste en darle un nuevo nombre a las cosas a mí me parece un camouflage, me parece una figura retórica más. El poeta dice sus cosas -si tiene la suerte, la fortuna maravillosa de poder decirlas y de encontrar un nombre nuevo para ellas, magnífico; pero -recuerdo aquello que decía Neruda, que muchas veces el que huye de la frialdad, en los caballos verdes para la poesía, cae en el hielo, no. No, la poesía está llena de impurezas, como decía el mismo, y yo pienso que este es uno de sus momentos mejores, lo mejor que tiene la poesía de Neruda, con ser a veces excesiva en sus símbolos, en sus metáforas -cierta etapa de su poesía, y hay otra que no tiene nada que ver con eso- es justamente ese modo violento de captar el hecho poético, el fenómeno poético, ahí al alcance de la mano. A veces es difícil de tomar, de analizar, de poner, pero ese reto es el nacimiento de la poesía.

C.H. Heberto, en relación con las raíces de tu poesía, es sabido el hecho de que tú, durante muchos años de tu vida, fuiste periodista y es sabido también el hecho de que en cierto modo tú has sido un hombre de empresa. Quiero decir, tuviste a tu cargo durante un tiempo Cubartimpe. ¿Crees tú acaso que estas dos actividades pueden haber influido sobre tu concepción del lenguaje de la poesía?

H.P. Puede ser... puede ser. En el periodismo, por lo menos en el periodismo que yo estaba obligado a hacer, en EE.UU o Inglaterra, el lenguaje tenía un carácter de signo, estaba agobiado por el concepto, no se podía uno ir por otras formas, como ocurre en el periodismo español, por ejemplo. Además, como dijiste, él haber trabajado con cientos de empleados en una empresa de monopolio estatal te lleve a usar un lenguaje sin duda comunicativo, y si vives en una revolución no sólo comunicativo sino persuasivo, porque existen millones de problemas que un director general en una empresa socialista tiene que confrontar diariamente, en donde hay que resolver los problemas concretos, laborales, de una empresa y los problemas políticos que la revolución trae, que plantea. Las exigencias políticas y las exigencias mismas del hombre como trabajador, las dificultades del trabajador y el elemento de persuasión de que tiene que valerse un director para hacerles ver que hay que ir más allá de las exigencias, que a veces hay que incluso posponerlas en nombre de una tarea común y de una dificultad superior a las dificultades inmediatas. Yo me sorprendí mucho de ser ese hombre de empresa. Estas cosas se producen solamente en ciertos momentos de la historia, cuando la voluntad, la desesperación, por colaborar, por ayudar con las capacidades que tengamos, cualquiera que éstas sea, lo llevan a uno a desempeñar las labores más inesperadas, y esto me ocurrió a mí, en que me encontré con que tenía a veces, a veces no, con una frecuencia increíble, que hablar en asambleas, discutir problemas que muchas veces yo no conocía a fondo, de empresas en el orden comercial, de transacciones internacionales. Yo no sólo fui el Director Gerente de una Empresa sino que fui además miembro del Consejo de dirección de un Ministerio, del Ministerio de Comercio Exterior, que era un lugar de balance de la economía cubana, que es un país, como fue Cuba, un país como sabes, que basa toda su economía, casi toda en el comercio exterior. Imagínate qué impresión produciría para un hombre de treinta años, por ejemplo, el encontrarse de pronto con las tremendas dificultades y problemas que tiene un país en revolución, cuando ese país se ha separado abruptamente de su órbita económica tradicional, como era EE.UU., y se lanza a comerciar con países de que apenas teníamos referencia los cubanos. Países remotísimos en aquel momento para nosotros, de un exotismo increíble, que el conocimiento va borrando, y que se hacen tan inmediatos después, tan transparentes después, como nuestro propio país. De modo que cuando yo recordaba mis transacciones comerciales con un húngaro, con un checo o con un coreano, por ejemplo, al principio pensaba que eran negociaciones con otro mundo, remotísimo, y después descubrí que no, que era un mundo como el nuestro, con sus mismas contradicciones, con sus mismos intereses. En fin puede ser que esto haya intervenido. A lo mejor ha empeorado mi modo de concebir la poesía pero cada uno tiene su modo de concebirla, ¿no?

C.H. A mí me parece que las verdaderas unidades de la persona surgen, o se manifiestan de un modo a menudo fortuito. Me arriesgo a decir que hasta donde yo lo percibo en tu vida y en tu obra hay una gran unidad. Quisiera para terminar esta conversación hacerte una pregunta respecto a la obra en la cual tu estas actualmente trabajando, en la novela aquella, que según tú, terminaras dentro de cuatro días.

H.P. Espero...

C.H. ¿Cómo relacionarías tú esta novela con esa unidad de experiencia vital y de experiencia poética que a mi modo de ver patentiza en tu expresión personal y literaria?

H.P. Yo pienso que esta novela participa de las mismas preocupaciones de mis libros poéticos. Es una novela específicamente cubana, y se basa en la vida cubana actual. No sé que pasará con esta novela. No sé si tendrá, si habré tenido éxito, en lo que me propuse, es muy difícil porque en Cuba esta experiencia no ha sido trabajada anteriormente. No existe una literatura a la cual yo pueda remitirme para confrontarla o para aclarar la mía. No obstante, con mi pobre capacidad o lo que fuere, yo he tratado de reflejar esta realidad. La novela, claro, me ha permitido hacer lo que muchas veces la poesía no me ha permitido, y es trabajar con personajes que no tienen nada que ver conmigo; es decir, allí donde en mi poesía el punto de partida es mi punto de vista, en esta novela, en la novela, es el punto de vista de muchos. El punto de vista de muchos, y he querido ser en eso lo mas objetivo posible. Cómo decía Hegel del teatro, no, habré de escribir un teatro en que todos los personajes tengan razón, tengan su razón, su ración como diría un clásico, como diría Unamuno, que le gustaba tanto esa filosofía que viniera de la etimología, ¿no es cierto? Es decir, cada uno tiene su ración de razón en esa novela. Yo a veces pongo mi punto de vista, no te lo niego; además nadie está exento de ese vicio fatal, porque uno tiene su cabeza, sus parámetros, pero por todos los medios he tratado de reflejar esta realidad en la novela. Y estoy un poco nervioso con ella; aunque, aunque no te haya que en cuatro días ya está terminado todo este trabajo, a mí me parece que dentro de 4 días, que es lo que me parece que me falta, empezará de verdad esta novela de nuevo y así incesantemente, hasta que los amigos decidan, ellos por si mismos, como en otras ocasiones han hecho, ponerle el punto final y decirme que yo no puedo ir mas allá, que eso es imposible. Pero... vamos a ver que va a pasar, ya veremos...

C.H. Bien Heberto, quisiera por último decirte que, aún cuando yo no sabía y no supe sino hasta hace muy pocos días, que lo que tu estabas escribiendo era una novela, a mí me parecía en cierto modo inevitable que algún día tu escribieras una novela, y debo confesarte que espero con suma ansiedad poderla ver publicada.

H.P. Quería decirte que aparte de esta novela, tengo este nuevo libro de poemas que leí hace unos 20 días en la Unión de Escritores, que más o menos está terminado, y que pienso entregar para editarse. Es decir que no significa, como en muchas ocasiones ocurre, que un poeta interrumpe su labor poética y se lanza por otras cosas. Tampoco es la primera vez que escribo esta novela, o cuentos. Lo he hecho anteriormente. Incluso escribí antes una novela que no llegó a publicarse pero muchos de sus capítulos se publicaron aquí en Cuba.

C.H. Las novelas nunca se escriben por primera vez...

H.P. Es cierto... es cierto... Eso es cierto...


Cristián Huneeus.

martes, 15 de junio de 2010

HEBERTO PADILLA (POEMAS) TOMADO DE LITERATURA .US


HEBERTO PADILLA (POEMAS) TOMADO DE LITERATURA .US
Heberto Padilla
(1932–2000)

Fuera del juego (1968)

EN TIEMPOS DIFÍCILES

A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una epoca dificil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lagrimas
para que contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Le pidieron sus labios
resecos y cuarteados para afirmar,
para erigir, con cada afirmacion, un sueño
(el-alto-sueño);
le pidieron las piernas,
duras y nudosas,
(sus viejas piernas andariegas)
porque en tiempos dificiles
¿algo hay mejor que un par de piernas
para la construccion o la trinchera?
Le pidieron el bosque que lo nutrió de mno,
con su árbol obediente.
Le pidieron el pecho, el corazon, los hombros.
Le dijeron
que eso era estrictamente necesario.
Le explicaron después
que toda esta donación resultaría inútil
sin entregar la lengua,
porque en tiempos difíciles
nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.
Y finalmente le rogaron
que, por favor, echase a andar,
porque en tiempos difíciles esta es, sin duda, la prueba decisiva.

EL DISCURSO DEL MÉTODO

Si después que termina el bombardeo,
andando sobre la hierba que puede crecer lo mismo
entre las ruinas
que en el sombrero de tu Obispo,
eres capaz (lo imaginar que no estás viendo
lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos,
o que no estás oyendo
lo que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía;
o (lo que es peor)
piensas que será suficiente la astucia o el buen juicio
para evitar que un día, al entrar en tu casa,
sólo encuentres un sillón destruido, con un montón
de libros rotos,
yo le aconsejo que corras enseguida,
que busques un pasaporte,
alguna contraseña,
un hijo enclenque, cualquier cosa
que puedan justificarte ante una policía por el momento torpe
(porque ahora está formada
de campesinos y peones)
y que te largues de una vez y palo siempre.
Huye por la escalera del jardín
(que no te vea nadie).
No cojas nada.

No servirán de nada

ni un abrigo, ni un guante, ni un apellido,
ni un lingote de oro, ni un título borroso.

No pierdas tiempo

enterrando joyas en las paredes

(las van a descubrir de cualquier modo).

No te pongas a guardar escrituras en los sótanos

(las localizarán después los milicianos).

Ten desconfianza de la mejor criada.
No le entregues las llaves al chofer, no le confíes
la perra al jardinero.
No te ilusiones con las noticias de onda corta.

Párate ante el espejo más alto de la sala, tranquilamente,

y contempla tu vida,
y contémplate ahora como eres
porque ésta será la última vez.

Ya están quitando las barricadas de los parques.
Ya los asaltadores del poder están subiendo a la tribuna.
Ya el perro, el jardinero, el chofer, la criada

están allí aplaudiendo.

ORACIÓN PARA EL FIN DE SIGLO

Nosotros que hemos mirado siempre con ironía e indulgencia
los objetos abigarrados del fin de siglo: las construcciones
trabadas en oscuras levitas. Nosotros para quienes el fin de siglo fue a lo sumo
un grabado y una oración francesa.
Nosotros que creíamos que al final de cien años sólo había
un pájaro negro que levantaba la cofia de una abuela.
Nosotros que hemos visto el derrumbe de los parlamentos
y el culo remendado del liberalismo.
Nosotros que aprendimos a desconfiar de los mitos ilustres
y a quienes nos parece absolutamente imposible
(inhabitable)
una sala de candelabros,
una cortina
y una silla Luis XV.

Nosotros, hijos y nietos ya de terroristas melancólicos
y de científicos supersticiosos,
que sabemos que en el día de hoy está el error
que alguien habrá de condenar mañana.
Nosotros, que estamos viviendo los últimos años
de este siglo,
deambulamos, incapaces de improvisar un movimiento
que no haya sido concertado;
gesticulamos en un espacio más restringido
que el de las líneas de un grabado;
nos ponemos las oscuras levitas
como si fuéramos a asistir a un parlamento,
ientras los candelabros saltan por la cornisa
y los pájaros negros
rompen la cofia de esta muchacha de voz ronca.

LOS POETAS CUBANOS YA NO SUEÑAN

Los poetas cubanos ya no sueñan
(ni siquiera en la noche).

Van a cerrar la puerta para escribir a solas
cuando cruje, de pronto, la madera;
el viento los empuja al garete;
unas manos los cogen por los hombros,
los voltean,
los ponen frente a frente a otras caras
(hundidas en pantanos, ardiendo en el napalm)
y el mundo encima de sus bocas fluye
y está obligado el ojo a ver, a ver, a ver.

CADA VEZ QUE REGRESO DE ALGÚN VIAJE

Cada vez que regreso de algún viaje
me advierten mis amigos que a mi lado se oye un gran estruendo.
Y no es porque declare con aire soñador
lo hermoso que es el mundo
o gesticule como si anduviera
aún bajo el acueducto romano de Segovia.
Puede ocurrir que llegue
sin agujero en los zapatos,
que mi corbata tenga otro color,
que mi pelo encanezca,
que todas las muchachas recostadas en mi hombro
dejen en mi pecho su temblor,
que esté pegando gritos o se hayan vuelto
definitivamente sordos mis amigos.

EL HOMBRE AL MARGEN

Él no es el hombre que salta la barrera
sintiéndose ya cogido por su tiempo, ni el fugitivo
oculto en el vagón que jadea
o que huye entre los terroristas, ni el pobre
hombre del pasaporte cancelado
que está siempre acechando una frontera.
Él vive más acá del heroísmo
(en esa parte oscura);
pero no se perturba; no se extraña.
No quiere ser un héroe,
ni siquiera el romántico alrededor de quien
pudiera tejerse una leyenda;
pero está condenado a esta vida y, lo que más le aterra,
fatalmente condenado a su época.
Es un decapitado en la alta noche, que va de un cuarto al otro,
como un enorme viento que apenas sobrevive con el viento de afuera.
Cada mañana recomienza
(a la manera de los actores italianos).
Se para en seco como si alguien le arrebatara el personaje.
Ningún espejo
se atrevería a copiar
este labio caído, esta sabiduría en bancarrota.

PARA ACONSEJAR A UNA DAMA

¿Y si empezara por aceptar algunos hechos
como ha aceptado —es un ejemplo— a ese negro becado
que mea desafiante en su jardín?

Ah, mi señora: por más que baje las cortinas; por más
que oculte la cara solterona; por más que llene
de perras y de gatas esa recalcitrante soledad; por más
que corte los hilos del teléfono
que resuena espantoso en la casa vacía;
por más que sueñe y rabie
no podrá usted borrar la realidad.

Atrévase.
Abra las ventanas de par en par. Quítese el maquillaje
y la bata de dormir y quédese en cueros
como vino usted al mundo.
Echese ahí, gata de la penumbra, recelosa, a esperar.
Aúlle con todos los pulmones.
La cerca es corta; es fácil de saltar,
y en los albergues duermen los estudiantes.
Despiértelos.
Quémese en el proceso, gata o alción; no importa.
Meta a un becado en la cama.
Que sus muslos ilustren la lucha de contrarios.
Que su lengua sea más hábil que toda la dialéctica.
Salga usted vencedora de esta lucha de clases.

SIEMPRE HE VIVIDO EN CUBA

Yo vivo en Cuba. Siempre
he vivido en Cuba. Esos años de vagar
por el mundo de que tanto han hablado,
son mis mentiras, mis falsificaciones.

Porque yo siempre he estado en Cuba.

Y es cierto
que hubo días de la Revolución
en que la Isla pudo estallar entre las olas;
pero en los aeropuertos,
en los sitios que estuve
sentí
que me gritaban
por mi nombre
y al responder
ya estaba en esta orilla
sudando,
andando,
en mangas de camisa,
ebrio de viento y de follaje,
cuando el sol y el mar trepan a las terrazas
y cantan su aleluya.

DICEN LOS VIEJOS BARDOS

No lo olvides, poeta.
En cualquier sitio y época
en que hagas o en que sufras la Historia,
siempre estará acechándote algún poema peligroso.

SOBRE LOS HÉROES

A los héroes
siempre se les está esperando,
porque son clandestinos
y trastornan el orden de las cosas.
Aparecen un día
fatigados y roncos
en los tanques de guerra,
cubiertos por el polvo del camino,
haciendo ruido con las botas.
Los héroes no dialogan,
pero planean con emoción
la vida fascinante de mañana.
Los héroes nos dirigen
y nos ponen delante del asombro del mundo.
Nos otorgan incluso
su parte de Inmortales.
Batallan
con nuestra soledad
y nuestros vituperios.
Modifican a su modo el terror.
Y al final nos imponen
la furiosa esperanza.

MIS AMIGOS NO DEBERÍAN EXIGIRME

Mis amigos no deberían exigirme
que rechace estos símbolos perplejos
que han asaltado mi cultura.

(Ellos afirman que es inglesa.)

No deberían exigirme
que me quite la máscara de guerra,
que no avance orgulloso sobre esta isla de coral.

Pero yo, en realidad, voy como puedo.
Si ando muy lejos debe ser porque el mundo
lo decide.

Pero ellos no deberían exigirme
que levante otro árbol de sentencias
sobre la soledad de los niños casuales.

Yo rechazo su terca persuasión de última hora,
las emboscadas que me han tendido.
Que de una vez aprendan que sólo siento amor
por el desobediente de los poemas sin ataduras
que están entrando en la gran marcha
donde camina el que suscribe,
como un buen rey, al frente.

POÉTICA

Di la verdad.
Di, al menos, tu verdad.
Y después
deja que cualquier cosa ocurra:
que te rompan la página querida,
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.

ESE HOMBRE

A J. Fucik

El amor, la tristeza, la guerra
abren su puerta cada día, brincan
sobre su cama
y él no les dice nada.
Cogen su perro y lo degüellan, lo tiran
a un rincón
y no les dice nada.
Dejan su pecho hundido
a culatazos
y no dice nada.
Casi lo entierran
vivo
y no les dice nada.

¿Él qué puede decirles?
Aunque lo hagan echar espuma
por la boca,
él lucha, él vive,
él preña a sus mujeres,
contradice la muerte a cada instante.

A J. L. L.

Hace algún tiempo
como un muchacho enfurecido frente a sus manos atareadas
en poner trampas
para que nadie se acercara,
nadie sino el más hondo,
nadie sino el que tiene
un corazón en el pico del aura,
me detuve a la puerta de su casa
para gritar que no,
para advertirle
que la refriega contra usted ya había comenzado.

Usted observaba todo.
Imagino que no dejaba usted de fumar grandes cigarros,
que continuaba usted escribiendo
entre los grandes humos.

¿Y qué pude hacer yo,
si en su casa de vidrio de colores
hasta el cielo de Cuba lo apoyaba?

HOMENAJE A HUIDOBRO

No pudimos hacerla florecer en el poema
y la dejamos en el jardín,
que es su lugar natural.

ANTONIA EIRIZ

Esta mujer no pinta sus cuadros
para que nosotros digamos: “¡Qué cosas más raras
salen de la cabeza de esta pintora!”
Ella es una mujer de ojos enormes.
Con estos ojos cualquier mujer podría
desfigurar el mundo si se lo propusiera.
Pero, esas caras que surgen como debajo de un puñetazo,
esos labios torcidos
que ni siquiera cubren la piedad de una mancha,
esos trazos que aparecen de pronto
como viejas bribonas;
en realidad no existirían
si cada uno de nosotros no los metiera diariamente
en la cartera de Antonia Eiriz.
Al menos, yo me he reconocido
en el montón de que me saca todavía agitándome,
viendo a mis ojos entrar en esos globos
que ella misteriosamente halla;
y, sobre todo, sintiéndome tan cerca
de esos demagogos que ella pinta,
que parece que van a decir tantas cosas
y al cabo no se atreven a decir absolutamente nada.

EL ACTO

Impulsado por la muchedumbre
o por alguna súbita locura; vestido como cualquiera
de nosotros, con una tela a rayas
(ya demasiado pálida); la cara larga
que no podría describir
aunque me lo propusiera, y todo el cielo arriba
de modo que cuando sonreía
estaban todo el cielo y su locura,
el pobre hombre soportó el ataque.

Y antes de que corriera medio metro
ya estábamos pensando que éste sería el último
acto que retendríamos de él
(porque usualmente gente de su calaña
se pierden en los barrios, se mueren
y aparecen un día, de pronto, en los periódicos).
Pero lo cierto es que resistió el ataque
y se lanzó al verano, al vacío.
O lo lanzaron
(estas cosas nunca se saben bien).
El hombre estaba allí, cuando lo vimos, ensangrentado,
tambaleándose, en el jardín.
Se lo llevaron medio muerto.
Pero el intenso azul no desaparecía de sus ojos,
de modo que aunque no sonreía, ahí estaban
todo el azul del cielo y su locura.
La noche entera se la pasó gritando, hasta el final.

PAISAJES

Se pueden ver a lo largo de toda Cuba.
Verdes o rojos o amarillos, descascarándose con el agua
y el sol, verdaderos paisajes de estos tiempos
de guerra.
El viento arranca los letreros de Coca-Cola.
Los relojes cortesía de Canada Dry están parados
en la hora vieja.
Chisporrotean, rotos, bajo la lluvia, los anuncios de neón.
Uno de Standard Oil Company queda algo así como
S O Compa y
y encima hay unas letras toscas
con que alguien ha escrito PATRIA O MUERTE.

LA VUELTA

Te has despertado por lo menos mil veces
buscando la casa en que tus padres te protegían contra el mal
tiempo, buscando
el pozo negro donde oías el tropel
de las ranas, las tataguas que el viento hacía volar
a cada instante.

Y ahora que es imposible
te pones a gritar en el cuarto vacío
cuando hasta el árbol del potrero
canta mejor que tú el aria de los años perdidos.

Ya eres el personaje que observa, el rencoroso,
cogido, irremediable, por lo que ves
y mañana te será tan ajeno como hoy le eres
a todo cuanto pasó sin que fueras capaz
de comprenderlo,
y el pozo seguirá cantando lleno de ranas
y no podrás oírlas
aunque peguen brincos delante de tu oreja;
y no sólo tataguas, sino tu propio hijo
ya ha comenzado a devorarte
y ahora lo estás mirando vestido con tu traje,
meando detrás del cementerio, con tu boca
y tus ojos y tú como si tal cosa.


LOS QUE SE ALEJAN SIEMPRE SON LOS NIÑOS

Los que se alejan siempre son los niños,
sus dedos aferrados a las grandes maletas
donde las madres guardan los sueños y el horror.

En los andenes y en los aeropuertos
lo observan todo
como si dijeran: “¿Adónde iremos hoy?”
Los que se alejan siempre son los niños.
Nos dejan cuerdecillas nerviosas, invisibles.
Por la noche nos tiran, tenaces, de la piel;
pero siempre se alejan, dando saltos, cantando
en ruedas (algunos van llorando)
hasta que ni siquiera un padre los puede oír.

HÁBITOS

Cada mañana
me levanto, me baño,
hago correr el agua
y siempre una palabra
feroz
me sale al paso
inunda el grifo donde mi ojo resbala.

EN LUGAR DEL AMOR

Siempre, más allá de tus hombros veo al mundo.
Chispea bajo los temporales.
Es un pedazo de madera podrida, un farol viejo
que alguien menea como a contracorriente.
El mundo que nuestros cuerpos
(que nuestra soledad) no pueden abolir,
un siglo de zapadores y hombres
ranas debajo de tu almohada,
en el lugar en que tus hombros
se hacen más tibios y más frágiles.
Siempre, más allá de tus hombros
(es algo que ya nunca podremos evitar)
hay una lista de desaparecidos,
hay una aldea destruida,
hay un niño que tiembla.

UNA MUCHACHA SE ESTÁ MURIENDO ENTRE MIS BRAZOS

Una muchacha se está muriendo entre mis brazos.
Dice que es la desconcertada de un peligro mayor.
Que anduvo noche y día para encontrar mi casa.
Que ama las piedras grises de mi cuarto.
Dice que tiene el nombre de la Reina de Saba.
Que quiere hacerse cargo de mis hijos.
Una muchacha larga como los gansos.
Una muchacha forrada de plumajes,
suave como un plumón.
Una cabeza sin ganas de vivir.
Unos pechitos tibios debajo de la blusa.
Unos labios más blancos que la córnea de su ojo,
unos brazos colgando de mi cuello,
una muchacha muriéndose irremediablemente entre mis brazos,
torpe, como se mueren las muchachas;
acusando a los hombres,
reclamando, la pobre, para este amor
de última hora
una imposible salvación.

EL ÚNICO POEMA

Entre la realidad y el imposible
se bambolea el único poema. Retenlo
con las manos, o con las uñas, o con los ojos
(si es que puedes) o la respiración ansiosa.
Dótalo, con paciencia, de tu amor
(que él vive solo entre las cosas).
Dale rechazos que vencer
y otra exigencia
mucho mayor que un límite,
que un goce.
Que te descubra diestro, porque es ágil;
con los oídos alertas, porque es sordo;
con los ojos muy abiertos, porque es ciego.

LA VISITANTE

Mi absurda persuasión abriéndole cada noche la puerta;
pero la poesía no entra.
Ella no elije noches para entrar. Ningún
dominio impone —como afirman— de noche.

A cualquier hora el mundo la desplaza
y ella mete en los ojos un círculo perplejo.
Es que llega del polvo,
involuntaria.

¿Quién va a pararse entonces?
¿Quién va a asomarse para verla?
¿Quién es capaz de abrirle,
de hablarle a esa extranjera?

ESCRITO EN AMÉRICA

Amalo, por favor, que es el herido
que redactaba tus proclamas,
el que esperas que llegue a cada huelga;
el que ahora mismo tal vez estén sacando de una casa
a bofetadas,
el que andan siempre buscando en todas partes
como a un canalla.

AÑOS DESPUÉS

Cuando alguien muere,
alguien (ese enemigo) muere
de frente al plomo que lo mata,
¿qué recuerdos,
qué mundo amargo, nuestro, se aniquila?

Porque los enemigos salen, al alba, a morir.

Se les juzga.
Se les prueba su culpa.
Pero, de todos modos, salen luego a morir.

Yo pienso en los que mueren.
En los que huyen.
En esos que no entienden
o que (entendiendo) se acobardan.
Pienso en los botes negros
zarpando (a medianoche) llenos de fugitivos.
Y pienso en los que sufren y que ríen,
en los que luchan a mi lado
tremendamente.
Y en todo cuanto nace.
Y cuanto muere.
Pero, Revolución, no desertamos.

Los hombres vamos a cantar tus viejos himnos;
a levantar tus nuevas consignas de combate.
A seguir escribiendo con tu yeso implacable
el Patria o Muerte.

FUERA DEL JUEGO

A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia.

¡Al poeta, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera en los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar.

¡A ese tipo, despídanlo!
Echen a un lado al aguafiestas,
a ese malhumorado
del verano,
con gafas negras
bajo el sol que nace.
Siempre
le sedujeron las andanzas
y las bellas catástrofes
del tiempo sin Historia.
Es
incluso
anticuado.
Sólo le gusta el viejo Amstrong.

Tararea, a lo sumo,
una canción de Pete Seeger.
Canta,
entre dientes,
La Guantanamera.
Pero no hay
quien lo haga abrir la boca,
pero no hay
quien lo haga sonreír
cada vez que comienza el espectáculo
y brincan
los payasos por la escena;
cuando las cacatúas
confunden el amor con el terror
y está crujiendo el escenario
y truenan los metales
y los cueros
y todo el mundo salta,
se inclina,
retrocede,
sonríe,
abre la boca
“pues sí,
claro que sí,
por supuesto que sí...”
y bailan todos bien,
bailan bonito,
como les piden que sea el baile.
¡A ese tipo, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.


LA SOMBRILLA NUCLEAR

A R. F. R.

Los viajeros tal vez,
pero yo no estoy seguro de que pueda encontrar una zona de
protección.
En el mundo ya no quedan zonas de protección.
Cuando subo escaleras de cualquier edificio de una ciudad
de Europa,
leo con indulgencia: “Shelter Zone”
y respiro confiado;
pero al llegar al último escalón
me vuelvo hacia el cartel
que sobrevive como las antiguallas.

Los anuncios de protección
son artilugios que decoran nuestra moral desesperada.
Ni siquiera hay ciudades modernas.
Todas las calles están situadas en la antigüedad,
pero nosotros vivimos ya en el porvenir.
Más de una vez compruebo
que estoy abriendo las puertas y ventanas
de una casa arruinada.
Los toldos de los cafés al aire libre han echado a rodar
Los comerciantes sobrevuelan las calles,
cortan el tránsito como una flor.
Pero yo no soy un profeta ni un mago ni un logrero
que pudiera deshacer los enigmas contemporáneos,
explicar de algún modo esta explosión.
No soy más que un viajante de Comercio Exterior,
un agente político con pasaporte diplomático,
un terrorista con apariencia de letrado,
un cubano (sépanlo de una vez),
el tipo a quien observa siempre la policía de la aduana.
Hace tres horas que están registrando desaforadamente mi equipaje.

2

Usted,
señor viceministro de Política Comercial,
joven, ligeramente hepático, admirable, con experiencias
del pasado,
no podía sospechar esta escena.
Usted discutió el plan, señaló el viaje
para el 20 de enero de 1966;
pero ignoraba
que todos los proyectos estarían arruinados este día.
Mi único error
consistió en no advertirle que un veinte de enero nací yo.

3

De la adivinación,
de la pequeña trampa de la inmortalidad,
vivieron los antiguos;
y nosotros somos su porvenir y continuamos
viviendo de la superstición de los antiguos.

Nosotros somos
el proyecto de Marx, el hedor de los grandes cadáveres
que se pudrían
a la orilla del Neva
para que un dirigente acierte o se equivoque,
para que me embarque y rete a la posteridad
que me contempla
desde los ojos de un gerente
que ahora mismo
leyó mi nombre de funcionario
en su tarjeta de visita.

4

Las horas van tan rápidas que me atraso a mi vida.
Ya tengo hasta el horror
y hasta el remordimiento de pasado mañana.
Me sorprendo, de pronto, analizando el mecanismo de mi serenidad,
viajando
entre el este y el oeste,
a tantos metros de altitud,
observado, sonriente, por la azafata que no sabe
que soy de un continente de luchas y de sangre.
¿Es que la flor de mi solapa me traiciona?
¿Y quién diablos puso esta flor en mi solapa como una rueda
insólita en mi cama?

5

Ese hombre que fornica desesperadamente en hoteles de paso.
Ese desconcertado que se frota las manos,
el charlatán sarcástico y a menudo sombrío,
solo como un profeta,
por supuesto, soy yo.
Me estoy vistiendo en un hotel de Budapest, deformado
por otra luna y otro espejo.
Feo; pero el Danubio es lindo y corre bajo los puentes.
Viejo en sotana, Berkeley, yo te doy la razón:
esas aguas no existen, yo las recreo igual que a esta ciudad.

A un lado Buda,
al otro lado Peste,
un poco más allá está Obuda.
Aquí hubo una contrarrevolución en 1956;
pero sólo los viejos la recuerdan.
Intente usted decirlo a estos adolescentes que se devoran
en los cafés al aire libre, en el pleno verano.
Una muchacha judía me dice que tiene visa para ir a Viena
(y con cincuenta dólares).
Un poeta me cuenta que ya circulan por el país
libros de editoriales extranjeras
(“y han regresado muchos exiliados”).
Bebe; se achispa y me recita la Oda a Bartók, de Gyulla Illyés.
Otro me dice que casi está prohibido hablar de guerrilleros,
que él ha escrito un poema
pidiendo un lugar en la prensa
para los muertos de Viet Nam.
Luego vamos al restaurante; bebemos vino con manzanas;
comemos carne de cordero
con aguardiente de ciruelas,
“Pero esta paz (grita Judith como quien emergiera del lago
Lobaton).
Esta paz es una inmoralidad.”

6

Yo he visto a los bailarines de ballet, en París, comprar
capas de Nylon.
Las vendían después a cien rublos en Moscú.
En una plaza enorme
me querían comprar mi capita de Nylon,
Era un adolescente. Se dirigió a mí en inglés.
Le dije mi nacionalidad
y me observó un instante.
Súbitamente echó a correr.

En medio de la fría, de la realmente hermosa y fría
primavera de Moscú,
yo he visto las capitas
azules,
ocres,
pardas.
Las estuve mirando
hasta que terminó el verano. Flotaban
sobre los transeúntes,
occidentales, tibias,
(parecían orlas)
a bajo precio en Roma, a bajo precio en Londres,
a bajo precio en Madrid;
la industria química esforzada
en las astutas combinaciones del mercado
para que un bailarín las compre apresuradamente,
a la salida de un ensayo,
en los supermercados de París;
miles de bailarines revendiendo, comprándolas, ocultándolas
como demonios diestros en las maletas anticuadas.

7

Imposible, Drumond, componer un poema a esta altura de la civilización.
El último trovador murió en 1914.
Imposible detenerse a encontrar, no diré yo la calma
que uno se tiene de sobra desdeñada,
sino una simple cabaña de madera,
una ventana sin radar,
una mesa de pino sin mapas, sin las reglas de cálculo.
¿De qué lado caerá algún día mi cabeza?
¿Cuánto dará la CIA por la cabeza de un poeta, vivo o muerto.
¿En qué idioma oiremos una noche, o una tarde, el alerta
en la áspera voz de los gramófonos?
Porque nadie vendrá a calmar a los amantes o a los desesperados.
(Se salvará el que pueda, y el resto a la puñeta).
Ya ni siquiera es un secreto que los conjuntos folklóricos
fueron adoctrinados
y cualquier melodía predispone al desastre.
¿Dónde pudiera uno meterse, al cruzar una esquina, después
de haber oído las últimas noticias?
Efectivamente,
alguien puede ocultarse en los tragantes,
o en las alcantarillas,
o en los tiros de las chimeneas.
Han visto gente armada saliendo de las cuevas, calándose
las gorras desteñidas;
hacen rápidos mapas en el polvo, son expertos
en la feroz alianza de un palo y de una piedra
(todo cuanto arruine y devaste).
Somos los hijos de estas ciudades maravillosamente adecuadas
para la bomba.
Lo mejor
(y lo único que podemos hacer por el momento)
es salir de nuestras bibliotecas
a ventilar los piojos que se abren paso en nuestras páginas;
porque ya para siempre
hemos perdido el único tren que pudo escapar a la explosión.


ESTADO DE SITIO

¿Por qué están esos pájaros cantando
si el milano y la zorra se han hecho dueños de la situación
y están pidiendo silencio?

Muy pronto el guardabosques tendrá que darse cuenta,
pero será muy tarde.

Los niños no supieron mantener el secreto de sus padres
y el sitio en que se ocultaba la familia
fue descubierto en menos de lo que canta un gallo.

Dichosos los que miran como piedras,
más elocuentes que una piedra, porque la época es terrible.

La vida hay que vivirla en los refugios,
debajo de la tierra.
Las insignias más bellas que dibujamos en los cuadernos
escolares siempre conducen a la muerte.
Y el coraje, ¿qué es sin una ametralladora?


LOS ALQUIMISTAS

Cuando la magia estaba en bancarrota,
en esos días que se parecen tanto a la dimisión
de los cuervos
(ya sin augurios la piedra filosofal)
ellos cogieron una idea,
una formulación rabiosa de la vida,
y la hicieron girar
como a la bola del astrólogo;
miles de manos desolladas
haciéndola girar
como una puta vuelta a violar entre los hombres,
pero ya de la idea sólo quedaba su enemigo.


CANTAN LOS NUEVOS CÉSARES

Nosotros seguimos construyendo el Imperio.
Es difícil construir un imperio
cuando se anhela toda la inocencia del mundo.
Pero da gusto construirlo
con esta lealtad
y esta unidad política
con que lo estamos construyendo nosotros.
Hemos abierto casas para los dictadores
y para sus ministros,
avenidas
para llenarlas de fanfarrias
en la noche de las celebraciones,
establos para las bestias de carga, y promulgamos
leyes más espontáneas
que verdugos,
y ya hasta nos conmueve ese sonido
que hace la campanilla de la puerta donde vino a instalarse
el prestamista.
Todavía lo estamos construyendo
con todas las de la ley
con su obispo y su puta y por supuesto muchos policías.


TAMBIÉN LOS HUMILLADOS

Ahí está nuevamente la miserable humillación,
mirándote con los ojos del perro,
lanzándote contra las nuevas fechas
y los nombres.

¡Levántate, miedoso,
y vuelve a tu agujero como ayer, despreciado,
inclinando otra vez la cabeza,
que la Historia es el golpe que debes aprender a resistir.
La Historia es este sitio que nos afirma y nos desgarra.
La Historia es esta rata que cada noche sube la escalera.
La Historia es el canalla
que se acuesta de un salto también con la Gran Puta.


UNA ÉPOCA PARA HABLAR

A Archibald MacLeish

Los poetas griegos y romanos
apenas escribieron sobre doncellas, lunas y flores.
Esto es cierto, MacLeish.
Y ahí están sus poemas que sobreviven:
con guerras, con política, con amor
(toda clase de amor),
con dioses, por supuesto, también
(toda clase de dioses)
y con muertes
(las muchas y muy variadas formas de la muerte).
Nos mostraron su tiempo
(su economía, su política)
mucho mejor que aquellos con quienes convivían.
Tenían capacidad para exponer su mundo.
Eran hombres capaces en su mundo.
Su poesía era discurso público.
Llegaba a conclusiones.
Esto es cierto, MacLeish.
Y de nosotros ¿qué quedará,
atravesados como estamos por una historia en marcha,
sintiendo más devoradoramente día tras día
que el acto de escribir y el de vivir se nos confunden?


ESCENA

—¡No se pueden mezclar y las mezclamos.
Revolución y Religión no riman!

Se desgarraba el pobre bajo los reflectores,
agachado,
contraído,
esperando
el último bofetón.


EL ABEDUL DE HIERRO

YO VI CAER UN BÚHO

Yo vi caer un búho
desde las ramas altas,
hecho polvo,
hecho ruina;
lo miraba caer continuamente
a las puertas de Rusia.

Lo vi como estiraba
la pata negra al sol.
Franqueaba la ilusión,
las añagazas,
y el ala,
el pico roto
por la nieve
volaba siempre, el incesante.


INSTRUCCIONES PARA INGRESAR EN UNA NUEVA SOCIEDAD

Lo primero: optimista.
Lo segundo: atildado, comedido, obediente.
(Haber pasado todas las pruebas deportivas).
Y finalmente andar
como lo hace cada miembro:
un paso al frente, y
dos o tres atrás:
pero siempre aplaudiendo.


ACECHANZAS

¿A quién doy realidad
cuando bajo de noche la escalera
y veo al impasible caballero
—con su ojo gris de estaño—
esperando, acechando?

Y hasta pudiera ser irreal,
el polvillo de unos zapatos,
al día siguiente, es siempre la única huella.

Pero entra ya en mi casa
—hombre o deidad—
que ahí están mis poemas, listos al fin,
y esperan.


EL ABEDUL DE HIERRO

En los bosques de Rusia
yo he visto un abedul.
Un abedul de hierro,
un abedul que lanza como los electrones
su nudo de energía y movimiento.
Y cuando cae la lluvia de sus ramas
el bosque se estremece
con un ruido
más lánguido
y más lento
que los yambos de Pushkin.

A caballo,
metido por la maleza,
a ciegas,
oigo el rumor que llega
desde el centro del monte
donde está el abedul.

Las ortegas escalan por su tronco,
los pájaros confunden sus hojas con las ramas,
las ardillas rehúyen su corteza;
encandila el espacio de su sombra.

Si alguien lo mueve
él pega saltos increíbles.
Si alguien lo corta
él entra, súbito,
en el horror de sus batallas.
Si alguien lo observa,
él se vuelve un centinela de atalaya
(en Narilsk o Intá).
Los uros lo olfatean,
pero su sangre se cristaliza
como las aguas en invierno.

En los bosques de Rusia
yo he visto ese abedul.
En él están todas las guerras,
todo el horror,
toda la dicha.
Un abedul de hierro
hecho a prueba de balas y de siglos.
Un abedul que sueña y gime.
Que canta, lucha y gime.
Todos los muertos que hay en Rusia
le suben por la savia.


BAJORRELIEVE PARA LOS CONDENADOS

El puñetazo en plena cara
y el empujón a medianoche son la flor de los condenados.
El vamos, coño, y acaba de decirlo todo de una vez,
es el crisantemo de los condenados.
No hay luna más radiante
que esa lápida enorme que cae de noche entre los condenados.
No hay armazón que pueda apuntalar huesos de condenado.
La peste y la luz encaramadas como una gata rodeando la mazmorra;
todo lo que lanzó la propaganda
como quien dona un patíbulo;
el Haga el amor no haga la guerra
(esos lemitas importados de Europa)
son patadas en los testículos de los condenados.
Los transeúntes que compran los periódicos del mediodía
por pura curiosidad, son los verdugos de los condenados.


CANCIÓN DEL JOVEN TAMBOR

Para seguir la música
en las líneas de fuego,
ensayé tantos ritmos
torpes y olvidados.

Para aumentar la marcha
andando entre los hombres,
redoblé en tantos pueblos
destruidos o muertos.

En las noches de invierno
estuve muy enfermo.
Me contentaba el baile
de las niñas rapaces.

“Hay un color extraño
en los árboles nuevos”—
grita el joven poeta
que se va a proclamar su certidumbre.

“El aire está podrido
encima de los techos”—
chillan las viejas europeas flacas.

Pero yo (no lo digas a nadie)
me oculto como un niño,
aceito bien la trampa,
adivino soldados dondequiera,
oscuridad, y rezos.


CANCIÓN DE LA TORRE SPASKAYA

El guardián
de la torre de Spáskaya
no sabe
que su torre es de viento.
No sabe
que sobre el pavimento
aún persiste la huella
de las ejecuciones.
Que a veces
salta un pámpano sangriento.
Que suenan las canciones
de la corte deshecha.
Que en la negra buhardilla
acechan los mirones.
No sabe
que no hay terror que pueda
ocultarse en el viento.


CANTO DE LAS NODRIZAS

Niños: vestíos
a la usanza de la reina Victoria
y ensayemos a Shakespeare:
nos ha enseñado muchas cosas.
Sé tú el paje,
y tú espía en la corte, y tú
la oreja que oye detrás de una cortina.
Nosotras
llevaremos puñales en las faldas.

Ensayemos a Shakespeare, niños;
nos ha enseñado muchas cosas.

Del carruaje
ya han bajado los cómicos.
¿Divertirán de nuevo a un príncipe danés,
o la farsa es realmente pretexto,
un bello ardid contra las tiranías?
¿Y qué ocurre si al bajar el telón
el veneno no ha entrado aún en la oreja,
o simplemente Horacio no ha visto al Rey
(todo fue una mentira)
y ni siquiera Hamlet puede dar fe
de que no existiera
esa voz que usurpaba
aquel tiempo a la noche?
Ensayemos a Shakespeare, niños;
nos ha enseñado muchas cosas.


CANCIÓN DE UN LADO A OTRO

A Alberto Martínez Herrera

Cuando yo era un poeta que me paseaba
por las calles del Kremlin,
culto en los más oscuros crímenes de Stalin,
Ala y Katiushka preferían
acariciarme la cabeza,
mi curioso ejemplar de patíbulo.

Cuando yo era un científico
recorriendo Laponia,
compré todos los mapas en los andenes de Helsinski,

Sarikovski paseaba su búho de un lado a otro.
Apenas pude detenerme en el Sur.
Las saunas balanceándose al fondo de los lagos
y en la frontera rusa abandoné a mi amor.

Cuando yo era un bendito,
un escuálido y pobre enamorado
de la armadura del Quijote,
adquirí mi locura y este viejo reloj fuera de época.

Oh mundo, verdad que tus fronteras son indescriptibles.
Con cárceles y ciudades mojadas y vías férreas.
Lo sabe quien te recorre como yo:
un ojo de cristal
y el otro que aún se disputan el niño y el profeta.


PARA MACHA, QUE CANTABA BALADAS

¿Qué balada puedes cantar ahora,
Macha, en pleno invierno, sin recordar la casa
que abandonaste aprisa, ágil como un demonio,
por no perder el tren de Odessa,
que fue, después de todo, nuestro último tren?

¿En qué balada
tu linda voz tristísima subiendo, abriendo
el techo, mientras combas la cintura de avispa?

Baladas a la guerra, muy simples:
sangre y llanto.

Y tú,
bajo los reflectores,
entre gente habituada a tu melancolía.
¿En qué balada que no escuché
te extremas, te demoras?
¿Quién viene cada noche a esperarte y abre
la portezuela de su coche para que te reclines?
¿A quién cubres ahora de artimañas, de besos?


LOS ENAMORADOS DEL BOSQUE IZMAILOVO

La primavera le da la razón.
El viento lo inunda y puede descifrarlo.
Los árboles pueden comprenderlo.
La vida quiere dialogar con él.

¡Porque hoy este hombre ama!

Inmenso tren, detente
en medio de la vía
para que veas al dichoso.
El poeta rompió su caja de penumbras,
huyó de pronto aquel dolor que traicionaba su poesía
y hoy lo acoge este bosque
donde ella se reclina
y el temblor de su pelo en el aire salvaje.

Su sangre es más ligera
cuando siente su piel. Sus labios
se abren dóciles al roce de estos labios,
la claridad del mundo resbala por su sien,
cae a trozos en la yerba,
transparenta el abrazo,
y entre los poros de esta muchacha él vive,
en toda soledad busca su forma única,
sobre los hombros débiles de niña
él sueña que se apoye la fuerza de la vida.

Detente, explorador,
y de una vez enfoca
tu catalejo escéptico
para que veas a éste: el triste, el solitario
quiere plantar los abedules
que hagan más ancho el cielo de Izmailovo,
con su tibia penumbra de hojarascas y pájaros.

¡Porque hoy este hombre ama!

Y el cartero que sale de un local desolado
lleva su nombre ardiendo en el bolsillo
las ortegas que huyen presurosas,
la ardilla que contempla el fruto aún verde
la elogian, la celebran;
las flores de Tashken, las crujientes
brujitas de Lituania,
los grandes arcos ucranianos
tejen guirnaldas para su sorprendente
cabeza de hechizada.

Y él anda loco, habla con todo el mundo;
la lleva de la mano, la conduce.
Y al regresar en metro hasta su casa,
sube corriendo, alegre, la escalera,
desde la buhardilla
contempla el sol que pica
sobre la plaza enorme,
pero al abrir los libros de Blok y de Esenine
descubre nuevos agujeros,
y hoy siente piedad por la polilla.


LOS HOMBRES NUEVOS

Cuando los últimos disparos
resonaban en el turbio canal,
y a través de los vidrios deshechos
se empezaba a borrar el humo negro;
miramos, anhelantes,
sin advertir siquiera
que junto a la caserna abandonada,
bajo los parapetos corroídos
por la sangre y la lluvia,
ellos habían crecido
(sus ojos y sus manos y sus pelos)
y salían gritando hacia el jardín desierto:

“¡La vida es este sueño! ¡La vida es este sueño!”

Pero la vida, ¿era este sueño?
¿De verdad que pensabas en serio, mi viejo
Calderón de la Barca, que la vida es un sueño?


LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA

No sabemos exactamente
lo que hicieron contigo todos estos años,
y siempre que te alzaste sobre nuestra impaciencia
de echarte a andar entre los hombres,
saltaba tu cabeza de títere perplejo
a repetir el círculo vicioso de lucha y de terror.


EL HOMBRE QUE DEVORA LOS PERIÓDICOS DE NUESTROS DÍAS

El hombre que devora los periódicos de nuestra época
no está en un circo como los trapecistas o los come
candela.
Si hace un poco de sol se le puede encontrar en los
parques nevados o entrando en el Metro, arrastrado
por sus hábitos de lector.
Es un experto en la credulidad de nuestro tiempo este
reconcentrado.
La vida pasa en torno a él, no lo perturba, no lo alcanza.
Los pájaros lo sobrevuelan como a la estatua de la
Plaza de Pushkin.
Habitualmente, los pájaros lo cagan, lo picotean como
a un tablón flotante.


ARTE Y OFICIO

A los censores

Se pasaron la vida diseñando un patíbulo
que recobrase —después de cada ejecución­—
su inocencia perdida.
Y apareció el patíbulo,
diestro como un obrero de avanzada.
¡Un millón de cabezas cada noche!>
Y al otro día más inocente
que un conductor en la estación de trenes,>
verdugo y con tareas de poeta.


LA HORA

“El, ella o ello...”
Unamuno

A Haydde y Gustavo Eguren

Mi hora vendrá,
hará una seña en la escalera
y subirá a mi cuarto
donde arderá la estufa;
si en Londres,
estará el té dispuesto para ella;
si en Moscú,
tendrá todos los metros de mi casa
frente a la plaza de Smolensk.

Mi hora vendrá
(mi sola hora de gloria)
se asomará a la puerta,
y al mirarme dormido
cerca de la ventana de cristales
por donde puedo ver
el puente Borodino,
echará su elemento
entre mis ojos raros
y no sentiré el peso
como si me tocara
un ala en pleno vuelo.

Mi hora vendrá
me llamará despacio
con el zurrido ajeno
de las bocas que han dicho
mi nombre en todas partes,
de las bocas hundidas
en aquel sótano de Lyons,
de las bocas cansadas
de un barrio de New York,
de mi boca de niño
desenredando el nombre
sombrío de las cosas.

Pero sé que vendrá.
Lo mismo que una madre.
Se sentará a mi lado,
ciñéndose la falda con la mano huesuda,
el seno breve
se agitará de prisa para decirme:
“Todos los trenes que esperaba,
se retrasaron tanto,
niño mío...”

Y estará fatigada
(siempre se está después de un largo viaje)
y buscará
(debajo de mis gafas nubladas)
la víspera asombrosa
de verla vieja y niña.
Entonces
todas las casas que conozco
serán su única casa,
todas las furias de mi vida
serán su única furia,
todos los miedos de mi madre
serán su único miedo,
todos los cuerpos que he deseado
serán su único cuerpo,
todas las hambres que he sufrido
serán su única hambre.

Y yo estaré callado
para que no descubra
el sobresalto de mi piel
atenta al ruido de su paso.

II

Te esperaré,
hora mía entre todas las horas de la tierra.
No habrá sueño o fatiga
que depongan el párpado entreabierto.

De espiar tu señal
siempre ha dolido mi ojo en vela.
Ahora espero de ti mis proezas, mis magias.

Como bajo la carpa de los circos,
del trapecio más alto
cuelga tú mi cabeza ardiente y elegida.
Como en las noches de Noruega
dora al fin mi vestigio de tu lumbre más alta.
Soy el viajero que va al Sur,
descúbreme, cantando, la tierra de tu paso.

Este es el centro del invierno,
cúbreme ya de todo el fuego.

Haz que mis libros tengan
tu fuerza y mi vehemencia. Di al mundo:
“amó, luchó”.

Arráncame la costra impersonal.
Redúceme, aterido,
entre tus manos diestras.
Que de algún modo sepan
que no todo fue inútil,
que tuvieron sentido mi impaciencia,
mi canto.


PARA ESCRIBIR EN EL ÁLBUM DE UN TIRANO

Protégete de los vacilantes,
porque un día sabrán lo que no quieren.
Protégete de los balbucientes,
de Juan-el-gago, Pedro-el-mudo,
porque descubrirán un día su voz fuerte.
Protégete de los tímidos y los apabullados,
porque un día dejarán de ponerse de pie cuando entres.


LOS VIEJOS POETAS, LOS VIEJOS MAESTROS

Los viejos poetas, los viejos maestros realmente
duchos en el terror de nuestra época, se han puesto
todos a morir.
Yo sobrevivo, lo que pudiera calificarse de milagro,
entre los jóvenes.
Examino los documentos:
los mapas, la escalada, las rampas de lanzamiento,
las sombrillas nucleares, la Ley del valor,
la sucia guerra de Viet Nam.
Yo asisto a los congresos del tercer mundo y firmo
manifiestos y mi mesa está llena de cartas y
telegramas y periódicos;
pero mi secreta y casi desesperante obsesión
es encontrar a un hombre,
a un niño,
a una mujer
capaces de afrontar este siglo
con la cabeza a salvo, con un juego sin riesgos
o un parto, por lo menos, sin dolor.


NO FUE UN POETA DEL PORVENIR

Dirán un día:
él no tuvo visiones que puedan añadirse a la posteridad.
No poseyó el talento de un profeta.
No encontró esfinges que interrogar
ni hechiceras que leyeran en la mano de su muchacha
el terror con que oían
las noticias y los partes de guerra.
Definitivamente él no fue un poeta del porvenir.
Habló mucho de los tiempos difíciles
y analizó las ruinas,
pero no fue capaz de apuntalarlas.
Siempre anduvo con ceniza en los hombros.
No develó ni siquiera un misterio.
No fue la primera ni la última figura de un cuadrivio.
Octavio Paz ya nunca se ocupará de él.
No será ni un ejemplo en los ensayos de Retamar.
Ni Alomá ni Rodríguez Rivera
Ni Wichy el pelirrojo
se ocuparán de él.
La Estilística tampoco se ocupará de él.
No hubo nada extralógico en su lengua.
Envejeció de claridad.
Fue más directo que un objeto.


VÁMONOS, CUERVO

y ahora,
vámonos, cuervo, no a fecundar la cuerva
que ha parido
y llena el mundo de alas negras.
Vámonos a buscar sobre los rascacielos
el hilo roto
de la cometa de mis niños
que se enredó en el trípode viejo del artillero.

EL CASO PADILLA: CRIMEN Y CASTIGO (RECUERDOS DE UN CONDENADO)


El caso Padilla: crimen y castigo (Recuerdos de un condenado)
PENSAMIENTO

EL CRIMEN
La Sección de Literatura de la Unión de Escritores y Artistas
de Cuba (UNEAC), a través del que entonces era su secretario,
el poeta César López, me invitó a formar parte
del jurado del Premio de Poesía “Julián del Casal” correspondiente
a 1968 por haber ganado yo ese premio el año
anterior. Al aceptar supe que compartiría responsabilidades
–casi inmediatamente supe que también compartiría
angustias– con otros dos cubanos, José Lezama Lima y José
Z. Tallet, y con dos extranjeros, el inglés J. M. Cohen y
el peruano César Calvo.
Desde los primeros contactos que los integrantes del
jurado tuvimos para comentarnos las lecturas que íbamos
haciendo se patentizó el interés que despertaba en todos
el libro titulado Fuera del juego, que concursaba con el número
31 y bajo el lema “Vivir la vida no es cruzar un campo”,
que es un verso de Pasternak. Sabíamos –el anonimato
en los concursos suele ser una impostura– que el autor
de este libro era Heberto Padilla, como sabíamos que el
otro libro que también nos interesaba, aunque menos, era
de David Chericián. Lo sabíamos, en primer lugar, porque
ambos autores se habían encargado de decírnoslo.
El concurso se desenvolvió en medio de las tensiones
generadas por la polémica entre Lisandro Otero, en aquel
momento vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura,
y un Heberto Padilla crítico y desafiante. Padilla deploró,
en un comentario bastante agresivo publicado en El
Caimán Barbudo, que el espacio dedicado por esta revista a
la novela de Lisandro Otero Pasión de Urbino, que en 1964
había aspirado sin éxito al Premio Biblioteca Breve, de la
editorial catalana Seix Barral, no se le hubiese dado a la
de Guillermo Cabrera Infante (ya exiliado en Londres)
Tres tristes tigres, que fue la ganadora de aquel premio y
El caso Padilla:
crimen y castigo
(Recuerdos de un condenado)
M a n u e l D í a z M a r t í n e z
89
PENSAMIENTO
E l c a s o P a d i l l a : c r i m e n y c a s t i g o
encuent ro
que el poeta de El justo tiempo humano valora muy por encima de la de Otero.
En su texto, aludiendo a las nefastas consecuencias de la estatalización de la
cultura en los países del Este, en algunos de los cuales había vivido, Padilla pasa
de lo literario a lo político con quejas y advertencias que obligaron a los jóvenes
redactores de El Caimán Barbudo a responderle en un editorial pletórico
de confianza en la singularidad democrática del socialismo cubano. (¡Oh, Jesús
[Díaz], de cuántas ingenuidades están hechas nuestras decepciones!)
Una mañana, avanzadas las labores del concurso y cuando ya nadie ignoraba
que el candidato más fuerte al premio era Fuera del juego, el poeta Roberto
Branly me visitó en el despacho que como redactor jefe de La Gaceta de Cuba
yo ocupaba en la UNEAC. Venía alarmado: acababa de verse con el teniente
Luis Pavón, director de la revista Verde Olivo, de las Fuerzas Armadas, y este oficial,
que estaba directamente a las órdenes de Raúl Castro, le había comentado
“confidencialmente” que si se le daba el premio al libro de Padilla, considerado
contrarrevolucionario por “ellos”, iba a haber graves problemas. Entre
Branly y yo existía una amistad entrañable, bien conocida por Pavón, y no me
cupo duda de que éste había utilizado a mi amigo para trasmitirme, sin que lo
pareciera, un mensaje que era toda una amenaza.
No me di por enterado. En la reunión que el jurado celebró al concluir la
lectura de los libros que concursaban sostuve que Fuera del juego era crítico pero
no contrarrevolucionario –más bien revolucionario por crítico– y que merecía
el premio por su sobresaliente calidad literaria. Los otros miembros del
jurado eran de igual opinión. No hubo cabildeo de Cohen, como presumió
Nicolás Guillén y ha dicho Lisandro Otero. Nadie tuvo que convencer a nadie
de nada: la coincidencia entre nosotros fue tal desde el primer momento, en
lo que a ese libro se refiere, que no se produjo debate.
Sí hubo cabildeo, en cambio, por parte de la UNEAC para que no le diéramos
el premio a Padilla. Guillén visitó a Lezama e intentó persuadirlo. David
Chericián, por cuyo libro apostaba la UNEAC como alternativa al de Padilla, fue
enviado por Guillén a casa de José Zacarías Tallet para que persuadiese al viejo
poeta izquierdista de lo negativo que sería para la revolución que se premiara
Fuera del juego. La noche del mismo día en que Chericián lo visitó –esa
noche se velaba en la funeraria de la calle Zapata el cadáver del joven escritor
Javier de Varona, castigado por disidente y cuyo suicidio, según la versión policíaca,
se debió a frustraciones sexuales–, Tallet me dijo que fue tanta la indignación
que le produjo la visita de Chericián, que después de echar a éste de
su casa telefoneó a Guillén y lo increpó por pretender coaccionarlo. El poeta
y cuentista Félix Pita Rodríguez, que era el presidente de la Sección de Literatura
de la UNEAC, me aconsejó que desistiera de votar a Padilla. Ignoro si a Cohen
y a Calvo también los presionaron. Supongo que no, por ser extranjeros.
En vista de que me resistía a servir de cuña contra Padilla (que no era servir
de cuña contra un amigo, sino contra mis convicciones), el partido decidió
sacarme del jurado y poner en mi lugar a alguien que cumpliera esa misión y
quizás lograra, a última hora, inclinar la balanza en contra de Fuera del juego.
¿Qué hicieron los estrategas políticos para apartarme del jurado?
90
PENSAMIENTO
MANUEL DÍ A Z MART Í N E Z
encuent ro
Meses antes, en el proceso de la llamada microfracción, como a otros individuos
procedentes del disuelto Partido Socialista Popular, el Partido Comunista
de Cuba, sucesor de aquél, me había sancionado, sin militar yo en sus filas y
sin haber tomado parte en aquel episodio de la lucha por el poder entre estalinófilos
(prosoviéticos unos, profidelistas otros). Después de un largo interrogatorio
en una oficina del comité central, mis jueces me hallaron culpable de
“debilidad política” por no haber denunciado al microfraccionario (estalinófilo
prosoviético) que intentó reclutarme. Otra “debilidad política” me reprocharon:
haberme manifestado públicamente en la UNEAC, después de que Fidel
Castro proclamara el apoyo de Cuba a la URSS, contra la invasión soviética a la
Checoslovaquia reformista de Dubcek. Según la sanción, yo no podía desempeñar
cargos ejecutivos ni en lo administrativo ni en lo político ni en lo militar
durante tres años y debía “pasar a la producción”, es decir: ir a trabajar a
una fábrica, a un taller o a una granja, que es lo que en Cuba se entiende por
pasar a la producción. Se me dijo que podía recurrir ante el buró político, y
no tardé en hacerlo. En los momentos en que se desarrollaba el concurso de
la UNEAC aún no se había dado una respuesta a mi apelación.
Uno o dos días antes de la fecha fijada para la reunión en que el jurado
acordaría el premio y firmaría el acta, Nicolás Guillén me hizo ir a su despacho.
Me pidió –su voz y su semblante denotaban una crispada contrariedad– que no
asistiera a la reunión. “No vaya, enférmese”, me dijo. Le pregunté por qué y me
respondió que le hiciera caso, que me lo rogaba en nombre de la vieja amistad
que nos unía. Ante mi insistencia en preguntar, añadió, impaciente: “Díaz Martínez,
si usted se empeña en asistir a la reunión, la policía podría impedírselo”.
En vista de que Guillén no quería o no podía ser explícito, decidí acercarme
a la sede del comité central del partido para que me despejaran el enigma.
Allí me recibió una funcionaria que trabajaba con Armando Hart en la
Secretaría de Organización del PCC. Esta mujer de raza árida, en un aséptico
saloncito refrigerado del Palacio de la Revolución en el que nos acompañaba
un taquígrafo, me espetó nada más verme que sobre mí pesaba una sanción
“ideológico-educativa” que me impedía ejercer de jurado. Le recordé que la
sanción no decía nada de certámenes literarios ni hacía ninguna referencia a
la cultura, y que en esos momentos ni siquiera era firme puesto que yo la había
apelado y aún no se conocía el dictamen del buró político. Fue inútil: ella,
cual esfinge electrónica, me repitió el cassette que le habían encajado y selló
nuestro desencuentro fijando esta conclusión: “La sanción le prohíbe a usted
ejercer cargos ejecutivos, y votar en un jurado es un acto ejecutivo”. Pensé que
tomar un café con leche también es un acto ejecutivo, pero en fin... Abrumado
por tan ardua cuanto alevosa aporía, mas no vencido, solicité contrito que
constara en acta mi desacuerdo, y al instante, incontinente, calé el chapeo, requerí
la espalda, miré al soslayo, fuime y no hubo nada. Nada más allí.
Aquella misma tarde le conté a Guillén mi aciaga visita al comité central.
El poeta se enojó conmigo: temía que esa visita complicara las cosas y la interpretó
como una prueba de que yo no confiaba en él.
Ya yo no formaba parte del jurado de poesía de la UNEAC. Para sustituirme,
91
PENSAMIENTO
E l c a s o P a d i l l a : c r i m e n y c a s t i g o
encuent ro
el partido designó al socorrido profesor José Antonio Portuondo, que era el
eterno facultativo de guardia. Me lo imaginaba sentado junto al teléfono las
veinticuatro horas del día, pendiente de que lo llamaran para inaugurar un
congreso, clausurar un simposio, despedir un duelo, presentar un libro, entonar
un panegírico o hacer en la UNEAC alguna chapuza de ésas que Guillén,
con más pudor y temeroso de la historia, esquivaba cuando podía. Pepé Portuondo,
pues, asistió en mi lugar al coctel que Guillén, a la caída de la tarde
de un fresco sábado de octubre, ofreció en su espacioso apartamento habanero
a los jurados de los Premios UNEAC de ese año. Alrededor de las diez de la
noche de aquel día sonó en mi teléfono la voz de Lezama con su inconfundible
entonación asmática: “Joven, campanas de gloria suenan: usted ha sido repuesto
en el jurado”. Lezama había asistido al coctel de Guillén y oyó cuando
Carlos Rafael Rodríguez, vicepresidente del Consejo de Estado, se lo comunicaba
a éste luego de recibir una llamada telefónica. Minutos después de Lezama,
Guillén me telefoneaba para darme la noticia con carácter oficial. Mi respuesta
fue pedirle que me recibiera al día siguiente, domingo, en su casa.
El domingo en la mañana le estaba diciendo yo a Guillén en su piso del
edificio Someillán que no permitía que se me tratara como a un recluta: entre,
salga, suba, baje... “No, Nicolás –recuerdo que le dije–, le ruego que trasmita
a Armando Hart mi decisión de no regresar al jurado mientras no sea
respondida mi apelación contra la condena que el partido me ha impuesto”.
Y le dije más: “Me apena que a usted, que es un gran poeta universalmente reconocido,
unos burócratas que olvidaremos pronto le estén dando encargos
de correveidile”. Guillén dio un respingo: “¡Yo no soy un correveidile!” “Por
eso mismo además de apenarme me indigna”, le respondí.
El lunes, como siempre, a las nueve de la mañana estaba yo frente a mi escritorio
en la UNEAC. Alrededor de las diez me telefonearon de la oficina de Hart
para citarme a una reunión que se efectuaría allí dos horas más tarde. Tres individuos,
uno de ellos el entonces presidente del Consejo Nacional de Cultura,
Eduardo Muzzio (a quien me gustaba llamar Muzziolini), me esperaban en una
habitación, sentados en torno a una mesa en la que había un termo con café,
una jarra de agua, tazas, vasos y unas carpetas. Los dos personajes que acompañaban
a Muzzio se identificaron como funcionarios del comité central. Uno de
ellos tenía más aspecto de agente de la Seguridad del Estado que de cuadro político:
su rostro no expresaba nada y apenas abrió la boca. El interrogatorio, que
mis interlocutores prefirieron llamar conversación, duró dos horas o más. De los
temas que allí se abordaron, los principales fueron mi correspondencia con Severo
Sarduy y la sanción “ideológico-educativa” que limitaba mis derechos civiles.
A los ojos de aquellos señores constituía otra “debilidad política” mía –y ya
eran tres– el cartearme con Sarduy, a quien consideraban un tránsfuga que
había traicionado a la patria quedándose en Europa después de disfrutar de
una beca de la revolución. Para demostrarme que eran válidas sus sospechas
de que yo también quería desertar, me mostraron una carta, interceptada por
la Seguridad, en la que yo le expresaba a Severo mi deseo de salir temporalmente
de Cuba y le pedía que preguntara a Claude Couffon por las gestiones
92
PENSAMIENTO
MANUEL DÍ A Z MART Í N E Z
encuent ro
que estaba haciendo para que la Sorbona me invitara a dar unas conferencias.
Me comentaron asimismo otra carta que yo le había entregado en mano a Julio
Cortázar, durante un desayuno con él y con el escritor cubano Gustavo
Eguren en el Hotel Nacional, para que se la diera a Severo en París. No me
extrañaba que violaran mis cartas, pero sí, y se lo hice saber a mis anfitriones,
que me reprocharan mi correspondencia con Sarduy. Me extrañaba porque el
Consejo Nacional de Cultura había invitado a exponer en el Salón de Mayo
(una muestra internacional de pintura moderna que se instaló en el Pabellón
Cuba, en La Habana), con pasaje de ida y vuelta pagado por el Gobierno revolucionario,
al pintor Jorge Camacho, que había ido a Francia con una beca
de la revolución y, al igual que Sarduy, no había regresado a Cuba.
Lo que me dijeron respecto a mi sanción fue muy divertido. Resulta ser que
o yo había entendido mal o el funcionario que me la comunicó no había hecho
bien su trabajo, porque cuando éste me dijo que yo “pasaba a la producción”
debí entender, o él debió especificarlo, que yo pasaba a la producción literaria.
De esta curiosa manera derogaron la segunda parte de la sanción, pero la
primera quedó vigente: me cesaron como jefe de redacción de La Gaceta de
Cuba (mi sustituto fue el poeta Luis Marré, militante del partido) y me dejaron
de simple redactor. Sin embargo, y contradiciendo a la metafísica funcionaria
del departamento de Hart, me pidieron que me reincorporase al jurado.
Lo hice y voté por el libro de Padilla.
Por aquellos días, Armando Hart citó a los jurados extranjeros a su despacho.
Les dijo que mi sanción obedecía a motivos ajenos al concurso, que no
tenía nada que ver una cosa con la otra. No convenció. Uno de los presentes,
Roque Dalton, se encargó de hacérselo saber allí mismo.
Después de la firma del acta y del Voto Razonado que añadimos –redactado
por Lezama y por mí–, la ejecutiva de la UNEAC convocó a los integrantes
de los jurados a una asamblea para explicarles los problemas que habían surgido
en el Premio de Poesía con Fuera del juego y en el de Teatro con la obra
de Antón Arrufat Los siete contra Tebas, que también fue tachada de contrarrevolucionaria.
La asamblea no fue presidida por Nicolás Guillén –siguiendo el
consejo que me había dado a mí, el poeta se enfermó–, sino por el suplente
de oficio José Antonio Portuondo. A Félix Pita Rodríguez, de gustos afrancesados,
en el casting le tocó el papel de fiscal como Fouquet-Tinville. En una alferecía
jacobina, Pita “aclaró” lo que, según el libreto que le dieron, estaba
ocurriendo: “el problema, compañeras y compañeros, es que existe ‘una conspiración
de intelectuales contra la revolución’”.
EL CASTIGO
Lo que existía era una conspiración del gobierno contra la libertad de criterio.
Por aquellas fechas llegaban noticias a Cuba acerca de brotes de disidencia
entre los intelectuales de países del Este, sobre todo de la Unión Soviética,
Polonia y Checoslovaquia, y los dueños del poder en Cuba decidieron poner
sus barbas en remojo –nunca mejor dicho lo de barbas– y curarse en salud. Esto
explica la desmesurada importancia que le dieron al premio de Padilla y la
93
PENSAMIENTO
E l c a s o P a d i l l a : c r i m e n y c a s t i g o
encuent ro
política que desde aquel momento empezaron a diseñar para nosotros. El
prólogo que la UNEAC impuso a Fuera del juego –para la mayoría, redactado por
Portuondo; para algunos, por Lisandro Otero; para otros, por ambos al alimón;
para todos, dictado o sancionado por los guardianes de la palabra de
Castro– revela por dónde iban los tiros y por dónde irían los cañonazos.
“Nuestra convicción revolucionaria”, se dice en dicho prólogo, “nos permite
señalar que esa poesía y ese teatro sirven a nuestros enemigos, y sus autores
son los artistas que ellos necesitan para alimentar su caballo de Troya a la hora
en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión
bélica frontal contra Cuba”. Lo de siempre: el enemigo externo utilizado,
a la sombra de una “convicción revolucionaria” esgrimida como ley natural o
ciencia infusa, para atar en la picota a los que en algo no piensan exactamente
igual que el amo de la casa. Si esto no se llama terrorismo ideológico, ya me
dirá alguien qué nombre ponerle.
La UNEAC honró su compromiso, expresado en la asamblea con los jurados,
de publicar Fuera del juego y Los siete contra Tebas, pero no dio ni a Padilla ni a
Arrufat el viaje a Moscú ni los mil pesos que completaban el premio estipulado
en las bases del certamen. El poeta y el dramaturgo se quedaron in albis y en tierra
y vieron cómo sus respectivos libros tuvieron una circulación casi clandestina.
Los meses que siguieron al concurso de la UNEAC presagiaban tormenta.
Después de haber sido destituido como redactor jefe de La Gaceta de Cuba y
poco antes de que Luis Marré me sustituyera en el cargo, fui una tarde a la
que aún era mi oficina en la UNEAC y me extrañó encontrar entreabierta la
puerta. La empujé y el espectáculo que vi era indignante: el contenido de los
archivos y de los cajones de mi escritorio estaba disperso por el suelo y pisoteado,
los libros habían sido aventados en todas direcciones y la cola líquida que
usábamos en la maquetación había sido vertida concienzudamente sobre los
muebles y la máquina de escribir. Tardé un segundo en denunciar la tropelía
al administrador de la UNEAC, que ensayó la expresión de asombro más decepcionante
que he visto. Nunca supe quién hizo aquello. Una sospecha tuve entonces
y la tengo aún: ¿no habrán querido endilgarme un sabotaje y luego de
dar el primer paso retrocedieron por sabe Dios qué?
En noviembre de aquel año, 1968, un fantasma apareció en las páginas de
Verde Olivo. ¿Quién era Leopoldo Ávila? Nadie lo sabía. Aún hay conjeturas sobre
la identidad del amanuense que se ocultaba tras ese seudónimo (la más
insistente señala a Luis Pavón, entonces pendolista de Raúl Castro), aunque la
voz que le dictaba, que es lo importante, fue reconocida en el acto como la
del máximo poder. El ectoplasma en cuestión pronto hizo célebres sus ataques
personales y sus monsergas doctrinarias sembradas de anatemas y con
fuerte olor a proletkult y Santo Oficio. Leopoldo Ávila firmó artículos rabiosos
contra Padilla, Virgilio Piñera, Antón Arrufat, Rogelio Llopis, Cabrera Infante...
En algunas de sus diatribas no falta el anatema de homosexual. Pocas veces
fue objetivo, como cuando me calificó de autor irrelevante dentro de la
narrativa cubana. Su bilis fundamentalista lo desborda cuando viene a decir
lo mismo de Piñera y Cabrera Infante.
94
PENSAMIENTO
MANUEL DÍ A Z MART Í N E Z
encuent ro
El artículo de Leopoldo Ávila “Sobre algunas corrientes de la crítica y la literatura
en Cuba” se publicó en Verde Olivo el 24 de noviembre de aquel año.
Era la sinopsis del dogma gubernamental sobre la literatura y, en consecuencia,
la horma para los escritores cubanos. En él se concretaba circunstanciadamente
el impreciso apotegma cesáreo “Dentro de la revolución: todo; contra
la Revolución ningún derecho”. Gracias a este artículo los escritores de la isla
supimos, por fin, qué era lo que desde la ventana de Castro se veía dentro de
la revolución y qué afuera. Debimos agradecer que se nos facilitara este plano
de áreas minadas. A pesar del carácter programático del texto, el más pretencioso
de los que nos asestó, la gaseiforme entidad predicadora hizo espacio en
él para meter capirotazos nominales: “Cabrera [Infante] es un tallador de la
CIA. Con Severo Sarduy y Adrián García [Hernández] trazan desde el extranjero
el camino de la traición...”
Así hablaba Zaratustra cuando llegó a La Habana la poetisa soviética Margarita
Alliguer, la viuda de Alexander Fadéiev, aquel talentoso novelista que se
suicidó bajo el peso de sus remordimientos por haber colaborado, desde la
presidencia de la Unión de Escritores Soviéticos, con el KGB en la destrucción
de colegas suyos. En conversación que unos pocos escritores mantuvimos con
ella en la UNEAC confesó sin rodeos que estaba asustada con los artículos de
Leopoldo Ávila, los que, según nos aseguró, ya se comentaban en Moscú.
“Con artículos iguales a ésos comenzaron las purgas de Stalin”, dijo.
La tensa calma que siguió al zipizape del premio, caldeada semanalmente
por el fogonero de Verde Olivo –“el rayo que no cesa” le llamaba yo–, estalló en
1971 con dos incidentes que tuvieron lugar a comienzos de ese año y en los
cuales se vio involucrado Heberto Padilla por su estrecha relación con los protagonistas.
Uno fue el conflicto –odio a primera vista– entre las autoridades cubanas
y el representante diplomático en Cuba del gobierno de Salvador Allende,
el novelista Jorge Edwards, a quien esas autoridades acusaron de conspirar
con Padilla contra la revolución. En marzo de aquel año Edwards se marchó
de Cuba prácticamente expulsado: fue un ido de marzo. El otro incidente fue
el arresto en La Habana, bajo la imputación de trabajar para la CIA, del periodista
y fotógrafo francés Pierre Golendorf, quien pasaría algunos años a la
sombra de los carceleros en flor antes de que lo devolvieran a las Galias.
Un día de aquel borrascoso marzo me telefoneó un reportero de la revista
Cuba Internacional que se hacía pasar por amigo mío y era un soplón (trompeta
en germanía habanera) que me había adosado la Seguridad. Me llamó en
plan profesional –dijo que estaba haciendo una encuesta por encargo de su
revista– para conocer mi opinión sobre el arresto de Heberto Padilla. Así me
enteré de que a Padilla lo habían detenido aquel día junto con su mujer, la
poetisa Belkis Cuza Malé. Supe luego que unos agentes les abrieron la puerta
a empujones, registraron el apartamento y se los llevaron a un cuartel de la
Seguridad, donde los incomunicaron. Belkis estuvo presa un par de días, y tan
pronto como la soltaron fue a mi casa, que estaba a dos cuadras de la suya, y a
Ofelia y a mí nos contó en detalles lo sucedido.
Abundaron los provocadores que tuvieron la esperanza de arrancarme
95
PENSAMIENTO
E l c a s o P a d i l l a : c r i m e n y c a s t i g o
encuent ro
una declaración virulenta sobre el arresto de Padilla. Para decepcionarlos
acuñé una respuesta: “Opinaré cuando sepa por qué lo han detenido”. Pero
no lo decían y mientras tanto la versión que circulaba era la de que Heberto
estaba implicado en el asunto Golendorf. Lo cierto es, como se vio finalmente,
que lo arrestaron porque se había convertido en lo que entonces estaba de
moda llamar “un escritor contestatario”.
El revuelo que el arresto de Padilla provocó en el ámbito internacional fue
de mayores proporciones que el que había producido el conato de censura a
Fuera del juego, y para entonces ya eran muchas las voces –entre éstas, las de intelectuales
de nombre que habían apoyado el proceso revolucionario– que en
la prensa extranjera advertían sobre la estalinización de la cultura en Cuba.
Algunas de esas voces entonaron cantos de arrepentimiento después. El arrepentido
más plañidero fue Julio Cortázar; sin embargo, al final de su vida desvió
sus devociones hacia la Nicaragua sandinista. Viejos valedores de la revolución
cubana, irremisiblemente decepcionados, rompieron para siempre con
el castrismo: Mario Vargas Llosa, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes y Jean-Paul
Sartre, entre otros.
A principios de abril, la Seguridad del Estado comenzó a divulgar, impresa
en cuartillas de papel de estraza, una supuesta Carta de Heberto Padilla al Gobierno
Revolucionario. Su deprimente redacción y su grotesco contenido inducen
a suponer que nuestro poeta es tan autor de esa carta como de La Divina
Comedia. Pero si realmente la redactó –bajo amenaza, se entiende–, hay que
felicitarlo por haberla convertido, a fuerza de hacerla nauseabunda, en una
condena a sus carceleros. Sólo la más demencial prepotencia, cómodamente
apoyada en la enorme popularidad de que aún gozaba la revolución, pudo
hacer creer a la policía política de Castro que un documento autoinculpatorio
como ése, atribuido a un hombre incomunicado en un calabozo, podía
probar otra cosa que no fuera la perversidad del régimen.
Días después de la aparición de la célebre carta, Padilla fue puesto en libertad
y me pidió que fuera enseguida a su casa. Me dijo que esa noche iba a celebrarse
un acto en la UNEAC en el que él se haría una autocrítica –que resultó
una ampliación de la carta– y en el que la Seguridad me daría, como a otros escritores
que él debía mencionar (Belkis Cuza Malé, Pablo Armando Fernández,
César López, José Yánez, Norberto Fuentes, Virgilio Piñera y Lezama), la
oportunidad de “reafirmarme” como revolucionario reconociendo en público
mis “errores”. Entendí que se nos pedía un sacrificio político para exonerar a
la revolución de las acusaciones que le estaban lloviendo desde el exterior precisamente
por el caso Padilla. Aunque con dudas cada vez más inquietantes, yo
continuaba aferrado a la quimera revolucionaria y me resultaba doloroso que
se cuestionara mi lealtad, por eso, en contra de la opinión de Ofelia, que no se
cansó de decirme que estábamos cayendo en una trampa, acepté participar en
aquel acto. Para mí el problema era que yo no sabía de qué acusarme.
Si la memoria no me falla, el acto de autocrítica se celebró en la noche
del 17 de abril de 1971. La UNEAC fue tomada por la Seguridad del Estado.
En la puerta principal, la única que estaba abierta, un oficial y varios agentes
96
PENSAMIENTO
MANUEL DÍ A Z MART Í N E Z
encuent ro
franqueaban el paso, previa identificación, sólo a las personas que habían sido
citadas, cuyos nombres figuraban en una lista. Adentro, la atmósfera era
densísima. La gente apenas hablaba y los saludos se reducían a un leve apretón
de manos o un movimiento de cabeza y una sonrisa de circunstancia, como
en los velorios.
Alrededor de las 9 nos llamaron al salón de actos. Allí todo estaba a punto:
las hileras de sillas, la mesa presidencial, los micrófonos, las luces y las cámaras
del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos que filmarían
el espectáculo bajo la dirección de Santiago Álvarez. Nicolás Guillén, que padecía
una oportuna enfermedad, fue reemplazado en la presidencia –¡oh, sorpresa!–
por Pepé Portuondo. Cuando todo el mundo estuvo en su sitio, se pusieron
en marcha las cámaras de cine y se cerraron las puertas del salón, que
quedaron custodiadas por agentes vestidos de civil.
La autocrítica de Padilla ha sido publicada, pero una cosa es leerla y otra
bien distinta es haberla oído allí aquella noche. Ese momento lo he registrado
como uno de los peores de mi vida. No olvido los gestos de estupor –mientras
Padilla hablaba– de quienes estaban sentados cerca de mí, y mucho menos la
sombra de terror que apareció en los rostros de aquellos intelectuales cubanos,
jóvenes y viejos, cuando Padilla empezó a citar nombres de amigos suyos
–varios estábamos de corpore insepulto– que él presentaba como virtuales enemigos
de la revolución. Yo me había sentado justamente detrás de Roberto
Branly. Cuando Heberto me nombró, Branly, mi buen amigo Branly, se viró
convulsivamente hacia mí y me echó una mirada despavorida como si ya me
llevaran a la horca.
Los presentes que, en cumplimiento de lo ordenado por la Seguridad, fuimos
nombrados por Padilla –hubo nombrados ausentes, como Lezama y Virgilio
Piñera– pasamos por los micrófonos tan pronto como él terminó. Cuando
me llegó el turno, yo seguía sin saber qué decir. Pero hablé. Lo que dije
está publicado. En medio de mi difícil improvisación, de pronto me vi culpando
de todo aquello a la dirigencia política por no haber mantenido un diálogo
constante con los intelectuales, diálogo en el que, según pensaba yo, se hubieran
resuelto sin traumas todos los conflictos. ¿Ingenuidad? Mucha. La
experiencia casi siempre llega tarde, y la mía aún estaba en camino. Lo que
importa es vivir para darle tiempo a llegar.
La nota discordante de aquella noche de falsa reconciliación la dio Norberto
Fuentes, quien, citado por Padilla, primero entró en el juego de la autocrítica
y luego pidió otra vez la palabra para desdecirse y proclamar que era
uno de los escritores más perseguidos de Cuba y que no tenía nada que reprocharse.
Para muchos, Padilla incluido –yo también lo he pensado–, esta escena
de Norberto Fuentes fue preparada por la policía con el fin de darle prestigio
de espontaneidad a la pantomima. Sea lo que haya sido, dramaturgia o
verdad, fue la única escena estimulante de aquella noche de Walpurgis.
(Las Palmas de Gran Canaria, 6.V.97)
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