La Otra Mejilla de Belkis
LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Cualquiera que comience a leer la alegría salvaje de Belkis Cuza Malé en el primer poema de La otra mejilla, editado en 2007 por ZV Lunáticas, en París, se sentirá en medio de ese campo suyo que nadie siembra, pero cubierto de lilas por el tiempo, y podrá tropezar con los versos más proféticos que haya escrito mujer alguna. Cada poema es un acontecer de los caminos del Hombre en busca de la verdad, es un alerta para que el Ojo piense tanto como la mente, pero además, tanta ternura suya habita entre sus páginas, que estremece, dan ganas de abrazarla a través de la distancia y besar su mejilla, y la otra, y tocar a su corazón, para pedirle de favor todos esos versos que le faltan por escribir.
Este, su último libro, nos demuestra que estamos ante una mujer excepcional, de origen martiano y cristiano, capaz de demostrar la estatura de su alma en un destierro injusto, piedra muy pesada que llevamos a cuesta, los cubanos de aquí y de allá, como castigo para todos.
Admiradora y enamorada de aquel Poeta, que con fuego jugó fuera del juego, el que sembró, con la magia de las aguas, una semilla en su cuerpo una noche habanera, como abeja en su miel, hizo un profundo agujero en sus entrañas para esconderlo, mucho más allá de la muerte. Es por eso que pudo convertirlo, gracias a la poesía, en el pájaro suyo que escribe con su lanza, que lo pinta con sus mejores colores, besa sus grilletes abiertos, lo presenta a todas las visitas -menos a una-.
Así de sencillo y grande continúa amándolo esta mujer solitaria, dicen sus versos, rodeada de hijos y nietos que el amor le regaló.
A Belkis Cuza Malé no le alcanzarán cien vidas para escribir las señales que le alargan los sueños de su vida presente, porque así dijo en su temprana juventud, cuando en 1963 su poesía abrió las puertas a Tiempos de sol, su primer libro. Entonces descubrí quién era aquella joven hermosa que escribía con el saber misterioso de una anciana y que todos consideraban la mejor poeta de los años de tormenta revolucionaria, ella, que prefería escribir sobre la cabellera de los árboles, su otro siglo con su risa, su sombra contemplando gacelas, al panfleto que daba mejores dividendos, según el vendaval.
Pero la poesía no es un misterio y mucho menos Belkis. Es, lo creo, un don del cielo, el mismo que ella bendice cada mañana para sus amigos, para luego continuar con esa faena diaria suya de descubrir destellos en el alma de alguien que toca a su puerta en busca de ayuda.
Yo que la vi tantas veces enseñándome cómo abrir y cortar pececitos muertos en su cocina, pensando cómo escapar al fin del túnel rojinegro donde tantos nos moríamos de miedo, ahora me pregunto qué ocurrió que nos movimos en dirección contraria, cuando el túnel sólo tenía una sola salida y resultaba fácil sujetarse al hilo invisible del destino. Belkis era entonces una dama hija de Dios. Eso la salvó del silencio y la penumbra.
Desde su casa del Norte, como si pudiera consolarnos, nos descifra el misterio del tiempo, nos recuerda que alguien dijo que las dictaduras son tan pasajeras, que no importa si morimos antes de que haga explosión definitiva. Desde lo alto, me dice Belkis, alguien nos avisará para acudir a la fiesta de los vivos y los muertos.
Este, su último libro, nos demuestra que estamos ante una mujer excepcional, de origen martiano y cristiano, capaz de demostrar la estatura de su alma en un destierro injusto, piedra muy pesada que llevamos a cuesta, los cubanos de aquí y de allá, como castigo para todos.
Admiradora y enamorada de aquel Poeta, que con fuego jugó fuera del juego, el que sembró, con la magia de las aguas, una semilla en su cuerpo una noche habanera, como abeja en su miel, hizo un profundo agujero en sus entrañas para esconderlo, mucho más allá de la muerte. Es por eso que pudo convertirlo, gracias a la poesía, en el pájaro suyo que escribe con su lanza, que lo pinta con sus mejores colores, besa sus grilletes abiertos, lo presenta a todas las visitas -menos a una-.
Así de sencillo y grande continúa amándolo esta mujer solitaria, dicen sus versos, rodeada de hijos y nietos que el amor le regaló.
A Belkis Cuza Malé no le alcanzarán cien vidas para escribir las señales que le alargan los sueños de su vida presente, porque así dijo en su temprana juventud, cuando en 1963 su poesía abrió las puertas a Tiempos de sol, su primer libro. Entonces descubrí quién era aquella joven hermosa que escribía con el saber misterioso de una anciana y que todos consideraban la mejor poeta de los años de tormenta revolucionaria, ella, que prefería escribir sobre la cabellera de los árboles, su otro siglo con su risa, su sombra contemplando gacelas, al panfleto que daba mejores dividendos, según el vendaval.
Pero la poesía no es un misterio y mucho menos Belkis. Es, lo creo, un don del cielo, el mismo que ella bendice cada mañana para sus amigos, para luego continuar con esa faena diaria suya de descubrir destellos en el alma de alguien que toca a su puerta en busca de ayuda.
Yo que la vi tantas veces enseñándome cómo abrir y cortar pececitos muertos en su cocina, pensando cómo escapar al fin del túnel rojinegro donde tantos nos moríamos de miedo, ahora me pregunto qué ocurrió que nos movimos en dirección contraria, cuando el túnel sólo tenía una sola salida y resultaba fácil sujetarse al hilo invisible del destino. Belkis era entonces una dama hija de Dios. Eso la salvó del silencio y la penumbra.
Desde su casa del Norte, como si pudiera consolarnos, nos descifra el misterio del tiempo, nos recuerda que alguien dijo que las dictaduras son tan pasajeras, que no importa si morimos antes de que haga explosión definitiva. Desde lo alto, me dice Belkis, alguien nos avisará para acudir a la fiesta de los vivos y los muertos.
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