EL ENCARCELAMIENTO DE LOS POETAS HEBERTO PADILLA Y BELKIS CUZA MALÉ
EN LA CUBA DE FIDEL CASTRO
El poeta Heberto Padilla y su esposa,
la poetisa Belkis Cuza Malé
Dentro de dos meses, el 20 de marzo de 2013, se cumplirán cuarenta y dos años de que fueran arrestados el laureado poeta Heberto Padilla y su esposa, la poetisa y escritora Belkis Cuza Malé. Ambos fueron acusados por la policía
política de los hermanos Castro de realizar actividades subversivas contra el régimen imperante en Cuba.
Dos meses después se dio a conocer una carta fechada el 20 de mayo de 1971, dirigida a Fidel
Castro por sesenta y dos intelectuales europeos y latinoamericanos, en la que le expresaron su alarma por el arresto de
Heberto Padilla, autor de Fuera del juego, uno de los más célebres poemarios escritos en el siglo XX.
“Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra
cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto
Padilla sólo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la
negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. (…) lo
exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia
cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los
países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes
sucesos similares a los que están sucediendo en Cuba”, se expresa en la carta. Entre los firmantes estaban
renombrados izquierdistas como Susan Sontag, Margarite Duras, Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre.
Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir
Ni uno solo de los firmantes quiso percatarse de que los métodos estalinistas ya eran parte intrínseca del castrismo, que unos años antes había enviado a campos de concentración a
más de veinticinco mil cubanos, entre ellos el actual cardenal Jaime Ortega
Alamino y el cantautor Pablo Milanés;
había transformado
varias escuelas religiosas en sedes de la tristemente célebre
Seguridad del Estado, la STASI caribeña; había eliminado la festividad
del Día de Navidad y había prohibido realizar procesiones; los
creyentes confesos no podían trabajar como educadores ni estudiar
Historia, Periodismo, etc.; al solicitar trabajo o matrícula para
estudiar, se nos preguntaba: “¿tiene creencias religiosas? (…) ¿tiene familiares en el extranjero?”.
Todo
aquel que no aceptaba el pensamiento único de Fidel Castro era reprimido
con el ostracismo, el destierro, la cárcel o el
asesinato; marxistas, liberales, socialistas, trotskistas,
democratacristianos, anarquistas, etc. poblaban las cárceles cubanas,
donde la tortura ya estaba institucionalizada.
Gracias a la protesta internacional que provocó su encarcelamiento, Heberto Padilla y Belkis Cuza
Malé fueron liberados. Padilla fue expulsado
de la Universidad de la Habana y de la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC), y enviado a trabajar como traductor a la
editorial Arte y Literatura.
Cuando
Fidel Castro anunció su disposición a excarcelar a los presos políticos
y dejarlos salir de Cuba, así como a los ex presos
políticos, Heberto Padilla se dirigió oficialmente a él, solicitando
su autorización para salir del país, pero le fue negada. Entre las
numerosas gestiones de personalidades internacionales que
se hicieron para lograr la salida de Padilla, se destaca la del
editor de la revista The New York Review of Books,
Robert B. Silvers, la
del presidente del PEN American Center, el novelista Bernard
Malamud, así como la del político e historiador Arthur Schlesinger, Jr.,
quienes solicitaron la colaboración del senador Edward
Kennedy. Al fin el 13 de marzo de 1980, nueve años después de que se produjera el encarcelamiento de Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé, el régimen de los hermanos Castro le informó al senador Kennedy que Padilla y su esposa podrían salir de Cuba
hacia Estados Unidos -vía Montreal- el 16 de marzo de 1980. Heberto Padilla murió el 26 de septiembre de 2000, en su habitación de Auburn
State University (Alabama), donde impartía la asignatura de Literatura Iberoamericana.
Carta de los sesenta y dos intelectuales
en protesta por el “caso Padilla”
París, 20 de mayo de 1971.
Comandante Fidel Castro
Primer ministro del gobierno revolucionario de Cuba:
Creemos un deber comunicarle
nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión
que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido por
medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia
revolucionarias. El contenido y la forma de dicha confesión, con sus
acusaciones absurdas y afirmaciones delirantes, así como el
acto celebrado en la Uneac en el cual el propio Padilla y los
compañeros Belkis Cuza, Díaz Martínez, César López y Pablo Armando
Fernández se sometieron a una penosa mascarada de autocrítica,
recuerda los momentos más sórdidos de la época del estalinismo, sus
juicios prefabricados y sus cacerías de brujas. Con la misma vehemencia
con que hemos defendido desde el primer día la
Revolución Cubana, que nos parecía ejemplar en su respeto al ser
humano y en su lucha por su liberación, lo exhortamos a evitar a Cuba el
oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el
sistema represivo que impuso el estalinismo en los países
socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos
similares a los que están ocurriendo en Cuba. El desprecio a la dignidad
humana que supone forzar a un hombre a acusarse ridículamente de las
peores traiciones y vilezas no nos alarma por tratarse de un escritor,
sino porque cualquier compañero cubano –campesino,
obrero, técnico o intelectual– pueda ser también víctima de una
violencia y una humillación parecidas. Quisiéramos que la Revolución
cubana volviera a ser lo que en un momento nos hizo
considerarla un modelo dentro del socialismo.
Atentamente,
Claribel Alegría, Simone de
Beauvoir, Fernando Benítez, Jacques-Laurent Bost, Italo Calvino, José
María Castellet, Fernando Claudín, Tamara Deutscher, Roger
Dosse, Marguerite Duras, Giulio Einaudi, Hans Magnus Enzensberger,
Francisco Fernández Santos, Darwin Flakoll, Jean Michel Fossey, Carlos
Franqui, Carlos Fuentes, Ángel González, Adriano González
León, André Gortz, José Agustín Goytisolo, Juan Goytisolo, Luis
Goytisolo, Rodolfo Hinostroza, Mervin Jones, Monti Johnstone, Monique
Lange, Michel Leiris, Lucio Magri, Joyce Mansour, Daci
Maraini, Juan Marsé, Dionys Mascolo, Plinio Mendoza, Istvan
Meszaris, Ray Miliban, Carlos Monsivais, Marco Antonio Montes de Oca,
Alberto Moravia, Maurice Nadau, José Emilio Pacheco, Pier Paolo
Pasolini, Ricardo Porro, Jean Pronteau, Paul Rebeyrolles, Alain
Resnais, José Revueltas, Rossana Rossanda, Vicente Rojo, Claude Roy,
Juan Rulfo, Nathalie Sarraute, Jean Paul Sartre, Jorge
Semprún, Jean Shuster, Susan Sontag, Lorenzo Tornabuoni, José Miguel
Ullán, José Ángel Valente y Mario Vargas Llosa.
El poeta y el dictador
Tania Díaz Castro
5 de mayo de 2011
Aunque la revolución cubana pertenece a los tiempos modernos, las
normas internacionales sobre el respeto humanitario hacia los
prisioneros siempre las ha incumplido, sobre todo en el
Departamento de Seguridad del Estado (DSE), organismo dirigido desde
su fundación por el propio Fidel Castro.
Una de las prácticas más crueles del aparato represivo, ha sido
utilizar la tortura psicológica como método para doblegar la voluntad
del cautivo, aplicada por instructores adiestrados,
conocedores de las características psicológicas del ser humano, para
que tenga efecto hasta en hombres de agallas. Una de las víctimas de
esas prácticas fue el poeta y novelista Heberto Padilla
(1932-2000), detenido por Seguridad del Estado por manifestar sus
opiniones políticas entre sus amigos.
A través de la viuda de Padilla, Belkis Cuza Malé, que vive en el
exilio, se ha sabido que hasta el propio caudillo cubano calificó de
error el mea culpa público que fue obligado a hacer el
poeta, organizado por la Seguridad del Estado el 27 de abril de
1971, hace cuarenta años, después de haberlo amenazado durante
prolongados interrogatorios en una celda tapiada, hasta que aceptara
reconocerse culpable de lo que se le ordenaba.
Una semana antes del mea culpa, Fidel Castro había arremetido contra
los escritores cubanos y extranjeros que habían apoyado a Padilla,
llamándolos basura y ratas, en el discurso de clausura del
Congreso Nacional de Educación y Cultura.
Aquel 27 de abril, aproximadamente cien escritores fueron
localizados por teléfono y citados para que acudieran a una reunión
urgente en la Sala Villena de la Unión Nacional de Escritores y
Artistas de Cuba. Sus nombres aparecían en una lista que alguien
revisaba a la entrada de la sala.
A la hora señalada llegaron Heberto y su esposa Belkis. El poeta
comenzó a hablar. Parecía sereno, dueño de sí. ¿Realmente tenía interés
en convencer a sus amigos intelectuales?
Lo acordado con la policía política era decir que estaba arrepentido
de sus opiniones sobre la realidad del país, la libertad de expresión,
los problemas económicos. Virgilio Piñera lo escuchó,
aterrado y escondido detrás de una columna.
Norberto Fuentes pidió dos veces la palabra para renegar de sus
comentarios, hechos a Heberto en sus conversaciones. José Lezama Lima no
acudió a la cita. Dicen que hubiera muerto allí mismo de
un infarto, al ser acusado de cómplice. Nicolás Guillén, como buen
conocedor de las purgas y crímenes de Stalin, se quedó en su casa,
acostado, “con gripe”.
¿A quién convenció Heberto, me pregunto hoy, si como dijo poco
después: “No hay poesía que secunde a un tirano, porque cada verso es un
dardo contra su existencia, cada línea su enemigo mayor”?
Cuando el autor de Fuera del juego terminó de explicar que
había cambiado de criterios en una celda tapiada, un extraño silencio
antecedió a los aplausos. ¿Se trataba de una prueba de
que ninguno de los allí presentes aceptó que le taparan el sol con
un dedo al poeta?
Heberto Padilla jamás hizo mal a nadie. A partir de aquella noche,
como todo poeta amante de la vida y del amor, continuó luchando por su
libertad y por la libertad de la mujer de su corazón.
“El caso Padilla”, 40 años después
Alfredo Fernández
27 de abril de 2011
La fecha 27 de abril de 1971 parece intrascendente. Más para nada lo
es, pues ese día de manera oficial se marcó la ruptura de buena parte
de la intelectualidad mundial con la Revolución Cubana.
Resulta que al caer la noche en la sede de la Unión de Escritores y
Artistas de Cuba, Uneac, se celebraría uno de los actos más siniestros
de autoinculpación que hayan tenido lugar en todo los
tiempos en el hemisferio occidental; la víctima en cuestión sería
nada más y nada menos que un poeta, Heberto Padilla (20 enero, 1932 – 24
septiembre, 2000).
Su agonía había comenzado justo cuatro años atrás, en 1967 cuando el
jurado del premio de poesía de la Uneac, Julián del Casal, el cual
estaba presidido por el poeta y novelista José Lezama Lima,
le había concedido el primer premio a su libro Fuera del juego. El libro en cuestión abordaba uno de las relaciones que muy raras veces se da lugar en la literatura cubana, la
relación poesía e historia.
El libro cuenta con versos como este que corroboran “la difícil relación”:
Ahí está nuevamente la miserable humillación
Mirándote a los ojos de perro
Lanzándote contra las nuevas fechas
Y los nombres.
¡Levántate miedoso.
Y vuelve a tu agujero como ayer, despreciado,
Inclinando otra vez la cabeza,
Que la Historia es el golpe que debes aprender a resistir.
La Historia es ese sitio que nos afirma y nos desgarra.
La Historia es esa rata que cada noche sube la escalera.
La Historia es el canalla
Que se acuesta de un salto también con la Gran Puta.
Resulta que el poeta Padilla, había trabajado a inicio de los años
sesentas en la embajada cubana en Londres, allí, según diría años
después en su libro La mala memoria, trabó
amistad con intelectuales y artistas exiliados del campo socialista,
como los checos Otta Sic y Karel Kosic, polacos, como Oscar Lange y
Leazek Kolakowsky, húngaros, como Georg Lukács, y rusos
como Evgueni Evtuchenko, quienes le advirtieron sobre los rigores de
la vida en el socialismo y por qué no, fueron de cierta manera el motor
impulsor de su famoso libro.
Este acto de “autoinculpación” celebrado en la Uneac habanera, ante
los intelectuales cubanos más importantes del momento, resultaba el
colofón de una detención que se le había realizado un mes
antes a Padilla y a su esposa, la también poeta Belkis Cuza Malé (en
la foto junto a su marido), por los órganos de la Seguridad del Estado.
Allí se le “preparó” para este día, donde “milagrosamente” el poeta
Padilla se presentaba ante una repleta sala Villena de la Uneac no sólo
“arrepentido” de haber escrito Fuera del Juego, sino
también, como un equivocado “escritor burgués, indigno de ser leído
por los obreros e incapaz de entender la complejidad del proceso
revolucionario”. Durante el penoso acto el poeta también habló
de su impostergable necesidad de pensar y actuar como “alguien al
lado de La Revolución.”
Padilla durante su auto recriminación involucró a otros artistas y
escritores, los cuales también tuvieron que auto reprocharse su pobre
relación con el “histórico momento que estaba viviendo el
país.”
La intelectualidad mundial y sobre todo la que había mostrado hasta
ese momento su apoyo incondicional a la Revolución Cubana no tragó el
anzuelo, el montaje teatral ya era conocido; Stalin lo
había estrenado en 1938 durante los tristemente celebres “Procesos
de Moscú.”
Así que “el arrepentimiento” del poeta Padilla causó totalmente el efecto contrario al esperado.
Intelectuales que hasta entonces habían apoyado a la Revolución
Cubana, suscribieron una carta donde condenaban el hecho y de paso
concluían su apoyo al proceso cubano para comenzar a concebirlo
desde ese instante como una simple dictadura.
De esta manera los Premios Nobeles de Literatura Jean Paul Sartre,
Octavio Paz y Mario Vargas Llosa junto a los también escritores Jorge
Luis Borges, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Susan Sontang,
Luis y Juan Goytisolo, etc., suscribirían la misiva. Los escritores
Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Mario Benedetti, aunque
condenaron el hecho, continuaron su relación de amistad con el
gobierno cubano.
Padilla a partir del suceso tendría que vivir aún nueve años más de
su vida en ostracismo, hasta que en 1980 pudo abandonar el país. Pero
dejemos que sea el escritor Reinaldo Arenas desde su
libro Antes que anochezca quien nos describa al poeta Heberto
Padilla la última vez que lo vio en la isla:
“Cuando llegamos a la esquina de la calle 20 y la Quinta Avenida de
Miramar, vi junto a uno de los grandes árboles que allí crecían a
Heberto Padilla, que venía caminando por la acera; blanco,
rechoncho y desolado, era la imagen de la destrucción. A él también
habían logrado “rehabilitarlo”; ahora se paseaba por entre aquellos
árboles como un fantasma.”
El caso Padilla no sólo significó un “parte aguas” en la relación de
los intelectuales del mundo con la Revolución Cubana, sino que también
marcó el comienzo, de manera explicita, de una política
de “parametraje” hacia los artistas de la isla por parte del
gobierno.
Política la cual el intelectual cubano Ambrosio Fornet ha nombrado
como “EL Quinquenio Gris”, periodo que en realidad se extendió hasta
1980 y que imposibilitó a todo aquel que “no reuniera los
parámetros políticos y morales” exigidos por el gobierno
revolucionario, para desempeñar cualquier labor en la cultura.
La parametrización tenía como fin hacer a un lado del proceso
revolucionario a homosexuales, y a todo aquel que su postura social
pudiera considerarse “dudosa” hacia la Revolución o de
“diversionismo ideológico.”
Por la importancia de este suceso para comprender a la Revolución
Cubana creo que no se debe dejar pasar por alto, “la celebración” de los
40 años del suceso recogido en la historia de Cuba como:
“El Caso Padilla.”
Tiempos difíciles
Manuel Díaz Martínez
15 de octubre de 2006
A
principios de 1971, cuando Jorge Edwards llegó a La Habana para reabrir
la Embajada chilena, en Cuba corrían tiempos difíciles. La
férula impuesta por Fidel Castro a la creación cultural, 10 años
antes, con su fórmula censoria “Dentro de la revolución, todo; fuera de
la revolución, nada” -contenida en sus Palabras a los
intelectuales- se había hecho más onerosa y ominosa a partir de
1968. Ese año, un jurado del que formé parte le concedió el Premio de
Poesía de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC) al libro de Heberto Padilla Fuera del juego, que el Gobierno consideraba contrarrevolucionario y cuya premiación intentó
impedir.
Votar por Fuera del juego
fue un desacato al dirigismo oficial, un acto de
rebeldía que los mandos políticos, preocupados por los brotes de
disidencia que en aquella época proliferaban en la intelectualidad de
los países del Este, y temerosos de que en Cuba cundiera el
ejemplo, reprimieron con saña.
En noviembre de 1968 comenzaron a aparecer en Verde Olivo,
la revista de
las Fuerzas Armadas, unos artículos firmados por Leopoldo Ávila, a
quien nadie conocía. Se sospechaba que era un teniente del Ejército, un
hombre de Raúl Castro, que dirigía esa revista.
El tal
Ávila dedicó artículos rabiosos a Padilla, Virgilio Piñera, Antón
Arrufat, Cabrera Infante... En algunos no falta el término
homosexual blandido como anatema. Su artículo Sobre algunas corrientes de la crítica y la literatura en Cuba
es la sinopsis del dogma
gubernamental sobre la literatura y el arte, o sea, la horma para
los creadores cubanos. En él se hacía la exégesis del apotegma de Castro
antes citado, que es eco de la consigna de Mussolini
“Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el
Estado”. Pese al carácter programático del texto, en él hay espacio para
capirotazos nominales: “Cabrera es un tallador de la CIA.
Con Severo Sarduy y Adrián García trazan desde el extranjero el
camino de la traición...”.
La
tensa calma que siguió a aquellos premios de la UNEAC estalló en 1971
con dos incidentes ocurridos a comienzos de ese año y en los
cuales se vio involucrado Heberto Padilla por su estrecha relación
con los protagonistas. Uno fue la desavenencia entre las autoridades
cubanas y Jorge Edwards, a quien esas autoridades acusaron
de conspirar con Padilla contra la revolución. En marzo de aquel
año, Edwards fue expulsado de Cuba. El otro incidente fue el arresto en
La Habana, bajo la imputación de trabajar para la CIA, del
periodista francés Pierre Golendorf.
A
Padilla y a su mujer, la poetisa Belkis Cuza Malé, los detuvieron aquel
mes. Los policías les abrieron la puerta del apartamento a
empellones y los llevaron a un cuartel de la Seguridad, donde los
incomunicaron. El revuelo internacional que el arresto del poeta provocó
fue mayúsculo. Julio Cortázar fue uno de los que más
defendieron a Padilla. Luego se echó atrás y culpó absurdamente a
Padilla y a sus amigos del libro de Jorge Edwards Persona non grata.
En la revista española Índice, Julio sugirió que Edwards hizo ese libro porque nosotros lo instigamos.
En abril, la Seguridad divulgó una “carta de Heberto Padilla al Gobierno Revolucionario”. La deprimente redacción y el grotesco
contenido de esa carta inducen a suponer que nuestro poeta es tan autor de ella como de La Divina Comedia.
Tras
la aparición de la carta, Padilla fue liberado y me llamó para decirme
que iba a celebrarse un acto en la UNEAC en el que se
autocriticaría y en el que la Seguridad me daría, como a otros
escritores que él debía mencionar, la oportunidad de “reafirmarme” como
revolucionario reconociendo en público mis “errores”. Yo
continuaba aferrado a la quimera revolucionaria y acepté la invitación, pero no sabía de qué acusarme.
La
autocrítica se efectuó en la noche del 17 de abril de 1971. Cuando
entramos al salón, todo estaba a punto, incluyendo las cámaras
del Instituto Cubano de Cine que filmarían el espectáculo. Nicolás
Guillén, presidente de la UNEAC, se puso oportunamente enfermo y no
asistió.
No
olvido los gestos de estupor -mientras Padilla hablaba- de quienes
estaban sentados cerca de mí, ni la sombra de terror que
apareció en los rostros de aquellos intelectuales cubanos, jóvenes y
viejos, cuando Padilla empezó a citar nombres de amigos suyos que él
presentaba como virtuales enemigos de la
revolución.
Los
presentes que fuimos nombrados por Padilla hablamos inmediatamente
después de él. Ya ante el micrófono, yo seguía sin saber qué
decir. Pero hablé. En medio de mi difícil improvisación, me vi
culpando de todo aquello a la dirigencia política por no haber mantenido
un diálogo con los intelectuales, diálogo en el que, según
pensaba yo, se hubieran resuelto sin traumas todos los conflictos.
¿Ingenuidad? Mucha. La experiencia suele llegar tarde, y la mía aún
estaba en camino. Lo que importa es vivir para darle tiempo
a llegar.
TOMADO DE: https://profesorcastro.jimdo.com/heberto-padilla-encarcelado/
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