16 DE MARZO, 1980: NEW YORK: LA GUARDIA. HAN PASADO 35 AÑOS
El 16 de Marzo de 1980 llegó Heberto Padilla a Estados Unidos, tras una larga batalla por su salida de Cuba. Lo había ido a recibir a Montreal, a donde Heberto había viajado desde La Habana, Jan Kalinski, ayudante del senador Edward Kennedy. No fue Gabriel García Márquez, como él afirmó en más de una ocasión, quien consiguió su liberación sino el senador Edward Kennedy, quien junto al escritor Bernard Malamud, entonces presidente del Pen Club Internacional, y tras las gestiones de Bob Silvers, director de The New York Review of Books, escribió a Fidel Castro.
Aquí, este recorte de The New York Times dando noticia de su llegada, y una foto de aquel día tras la conferencia de prensa ofrecida por el senador Kennedy, dándole la bienvenida a Heberto.De izquierda a derecha: Ernesto Padilla, Belkis, Heberto, Giselle Padilla (que hoy cumple años), y el senador Kennedy.
Aunque ya estábamos en la antesala de la primavera, nevó ese día en New York. Entre el frío y la tensión acumulada de más de un año de gestiones para lograr que dejaran salir de Cuba a Heberto, al otro día me vi aquejada de un fuerte catarro. No era para menos: Brenda, una amiga urugüaya de mi comadre Nélida Sánchez, me había prestado ese vestido con el que estoy en la foto, nada apropiado para el clima, pero más elegante que mi ropa de entonces. Vivía yo con mi hijio Ernesto (entonces de 6 años) en Elizabeth, New Jersey, en casa de mis amigas las Arjona, y trabajaba en una tienda de ropa en Elizabeth Ave. Pero como apenas si me alcanzaba para cubrir mis gastos, no tenía dinero para ropa ni nada por el estilo. Recuerdo aquel abrigo de cuadros rojos que me había regalado Anarda Pupo, la vecina de los bajos, y con el que me cubría del frío durante mi caminata matinal al trabajo. Era un abrigo pasado de moda, claro, pero gracias a él pasaba menos frío.
Mi agradecimiento eterno a los que nos ayudaron entonces, a los amigos solidarios, como Nancy y Juan Manuel Pérez Crespo, a la familia Arjona (a la que considero también mi familia), a mis padres (que vivían en Miami), a la poeta Martha Padilla, hermana de Heberto (ya fallecida), a Marthica, mi sobrina. A Nélida Sánchez, mi comadre, quien llevaba y traía a Ernesto de la escuela... A todos, todos, los que me dieron una mano entonces. Y especialmente a Dios, por su amor incondicional, y abrirme las puertas.
El resto de la historia, mis conversaciones con García Márquez, etc., está toda en mi libro La buena memoria, que, con el favor de Dios, espero tener listo pronto.
Aquí, este recorte de The New York Times dando noticia de su llegada, y una foto de aquel día tras la conferencia de prensa ofrecida por el senador Kennedy, dándole la bienvenida a Heberto.De izquierda a derecha: Ernesto Padilla, Belkis, Heberto, Giselle Padilla (que hoy cumple años), y el senador Kennedy.
Aunque ya estábamos en la antesala de la primavera, nevó ese día en New York. Entre el frío y la tensión acumulada de más de un año de gestiones para lograr que dejaran salir de Cuba a Heberto, al otro día me vi aquejada de un fuerte catarro. No era para menos: Brenda, una amiga urugüaya de mi comadre Nélida Sánchez, me había prestado ese vestido con el que estoy en la foto, nada apropiado para el clima, pero más elegante que mi ropa de entonces. Vivía yo con mi hijio Ernesto (entonces de 6 años) en Elizabeth, New Jersey, en casa de mis amigas las Arjona, y trabajaba en una tienda de ropa en Elizabeth Ave. Pero como apenas si me alcanzaba para cubrir mis gastos, no tenía dinero para ropa ni nada por el estilo. Recuerdo aquel abrigo de cuadros rojos que me había regalado Anarda Pupo, la vecina de los bajos, y con el que me cubría del frío durante mi caminata matinal al trabajo. Era un abrigo pasado de moda, claro, pero gracias a él pasaba menos frío.
Mi agradecimiento eterno a los que nos ayudaron entonces, a los amigos solidarios, como Nancy y Juan Manuel Pérez Crespo, a la familia Arjona (a la que considero también mi familia), a mis padres (que vivían en Miami), a la poeta Martha Padilla, hermana de Heberto (ya fallecida), a Marthica, mi sobrina. A Nélida Sánchez, mi comadre, quien llevaba y traía a Ernesto de la escuela... A todos, todos, los que me dieron una mano entonces. Y especialmente a Dios, por su amor incondicional, y abrirme las puertas.
El resto de la historia, mis conversaciones con García Márquez, etc., está toda en mi libro La buena memoria, que, con el favor de Dios, espero tener listo pronto.