Lihn, el poeta disidente regresa a Cuba
Lihn, el poeta disidente regresa a Cuba
Después de vivir en la capital cubana en los 60, se volvió un autor incomódo para la revolución y se alejó definitivamente del régimen a raíz del caso Padilla.
por Andrés Gómez Bravo
Después de vivir en la capital cubana en los 60, se volvió un autor incomódo para la revolución y se alejó definitivamente del régimen a raíz del caso Padilla.
por Andrés Gómez Bravo
La situación parecía ideal. Enrique Lihn había llegado a La Habana como flamante ganador del premio Casa de las Américas. Era 1966 y la revolución vivía un romance con los artistas y escritores latinoamericanos.
En la isla, Lihn comprobó esa relación: por primera vez vivía a sus anchas como poeta. Sin embargo, no estaba contento. Se sentía observado, vigilado, incluso por algunos de sus nuevos conocidos. Incómodo, se lo comentó a un escritor amigo y este le respondió, con toda naturalidad: "¿Qué te extraña? Aquí todos somos agentes de seguridad".
Lihn vivió dos años en Cuba. Trabajó en Casa de las Américas, escribió en el diario Granma, redactó catálogos de arte y editó una antología de Vicente Huidobro. Se enamoró de una mulata y se casó. Hizo grandes amigos, entre ellos Roque Dalton y Heberto Padilla. Se empapó de literatura latinoamericana y, sobre todo, conoció la revolución por dentro. Y se desilusionó.
Al vover a Chile, el romance de Lihn con Cuba estaba en crisis. Hasta que en 1970 se separa definitivamente de ella, cuando su amigo Heberto Padilla es acusado de traición. Lihn lo defiende públicamente y sella para siempre su distancia con la isla.
Casi 40 años después, la poesía de Lihn vuelve a Cuba. En la próxima Feria del Libro de La Habana, donde Chile de invitado de honor, Casa de las Américas presentará una antología de su obra. El libro lleva el título -muy gráfico- Una voz parecida a lo contrario, y fue preparado por el poeta cubano Juan Nicolás Padrón.
La noticia es toda una sorpresa para los amigos de Lihn, porque "Enrique era un poeta incómodo para Cuba", observa Germán Marín. Incómodo, crítico o, como diría el mismo poeta años después, "un ciudadano en sospecha".
"Es cierto", responde desde La Habana Roberto Zurbano, director del fondo editorial de Casa de las Américas. "El mantuvo una relación crítica con un momento de la revolución; no todo el tiempo ni con todo el mundo. Y tenía sus razones para sostener esa visión. Pero ante todo, Lihn tiene una obra muy importante".
TRABAJADORES DEL MUNDO
A principios de los 60, Enrique Lihn es uno más de los artistas entusiastas de la revolución. Milita en el PC, escribe en El siglo y gana el premio de cuento organizado por ese mismo diario. "El año 64 explícitamente apoya a la revolución cubana y vive una etapa muy pro PC", recuerda Marín.
Después de ganar el premio Casa de las Américas del 66 con su libro Poesía de paso, viaja a París. "Allá se metió con una francesa y se gastó toda la plata del premio. Eran mil dólares, harta plata en esa época. Después la mina lo dejó y Enrique quedó mal", cuenta el autor de Círculo vicioso.
En bancarrota emocional y financiera, el poeta recibe la invitación de Casa de las Américas. En Cuba recupera el orgullo herido. "Recibe un trato que ni siquiera le habían dado en su país. Es un poeta muy considerado. Los cubanos se preocupan de que esté cómodo y participa de toda la actividad cultural", indica Marín.
Conoce a una mulata llamada María Dolores y con ella experimenta la economía socialista: "Antes de casarse, iban a unos hoteles donde tenían que hacer cola", cuenta Federico Schopf. "Y les daban 20 minutos: pasado ese tiempo te iban a tocar la puerta. Había que usar frenéticamente esos 20 minutos, decía Enrique".
El poeta disfruta su estadía: vive la noche cubana, la rumba y la salsa. Pero poco a poco comienza a ver las grietas. La "revolución con pachanga" esconde también un estado policial. Así se lo reveló a Jorge Edwards.
El novelista visitó La Habana en 1968 y se fue de farra con Lihn. En medio de la juerga, el poeta le dice: "Cuidado con lo que hablas". "¿Por qué?", le pregunta Edwards. "Aquí no se sabe quién es policía y quién no".
La Primavera de Praga profundiza la incomodidad de Lihn. El silencio de los escritores cubanos lo molesta. "Yo fui testigo de ese acontecimiento en La Habana, y en Casa de las Américas el único que planteó la posibilidad de rechazar la invasión fue Mario Benedetti, que era invitado. En cambio, los intelectuales de adentro ni siquiera se lo planteaban", le contaría años después a Juan Andrés Piña en Conversaciones con la poesía chilena (1990).
La tensión que vive la registra en poemas de Escrito en Cuba (1969) y La musiquilla de las pobres esferas (1969), donde se lee: "Trabajadores del mundo, uníos en otra parte/ ya os alcanzo, me lo he prometido una y mil veces, sólo que no es éste el lugar digno de la historia". Y también: "No toco la trompeta ni subo a la tribuna/ De la revolucion/ prefiero la necesidad de conversar entre amigos/ aunque sea por las razones más débiles/ hasta diletando; y soy, como se ve, un pequeño burgués no vergonzante".
Lihn vuelve a Chile con una maleta llena de dudas. "Fue un momento complejo para él, porque no quiere ser un gusano francotirador", dice Marín.
Sin embargo, el caso Padilla hace público su divorcio. El poeta escribió una carta pública en defensa de su amigo y acusó a la revolución de ejercer un "ritual primitivo, hecho de ocultamientos, confesiones y mistificaciones". Publicada por la revista uruguaya Marcha, apareció con un texto en el que Padilla reconocía sus culpas. "Fue un bochorno", recuerda Schopf. "Quedó como contrarrevolucionario".
Como si buscara desmentir los rumores que circulaban entre los intelectuales, en 1973 Lihn publicó el poema Clase media: "La clase media levanta aquí su modesta bandera/ en ella se lee SI al gobierno de la Unidad Popular/ un sí rojo y azul con una estrella acentuda sobre la í/ Sí al cobre tricolor al que le ocurren por choro toda clase de cosas(...)/ Sí al ascenso de los trabajadores al poder: profesionales y técnicos junto a la clase obrera/ Un sí del tamaño de la construcción del socialismo".
Lo que no soportaba era el totalitarismo ni la omnipresencia de Fidel. "A mí, Castro me empezó a parecer de una prepotencia insoportable, de una presencia ubicua, constante, permanente y afiebrada", le diría a Juan Andrés Piña.
Con su ironía habitual, anotaría en un poema inédito, publicado en su libro póstumo Una nota estridente, que recoge material de esa época: "Y Fidel nos brindó su amistad personal/ por la revolución viajamos y viajamos/ a una edad en que los hombres prosperan/ pero quién no lo comprende y habría que oírnos gritar/ Patria o Muerte en la Plaza de la Revolución".