EL ENCARCELAMIENTO DE LOS POETAS HEBERTO PADILLA Y BELKIS CUZA MALÉ
EN LA CUBA DE FIDEL CASTRO
El poeta Heberto Padilla y su esposa,
la poetisa Belkis Cuza Malé
Dentro de dos meses, el 20 de marzo de 2013, se cumplirán cuarenta y dos años de que fueran arrestados el laureado poeta Heberto Padilla y su esposa, la poetisa y escritora Belkis Cuza Malé. Ambos fueron acusados por la policía
política de los hermanos Castro de realizar actividades subversivas contra el régimen imperante en Cuba.
Dos meses después se dio a conocer una carta fechada el 20 de mayo de 1971, dirigida a Fidel
Castro por sesenta y dos intelectuales europeos y latinoamericanos, en la que le expresaron su alarma por el arresto de
Heberto Padilla, autor de Fuera del juego, uno de los más célebres poemarios escritos en el siglo XX.
“Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra
cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto
Padilla sólo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la
negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. (…) lo
exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia
cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los
países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes
sucesos similares a los que están sucediendo en Cuba”, se expresa en la carta. Entre los firmantes estaban
renombrados izquierdistas como Susan Sontag, Margarite Duras, Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre.
Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir
Ni uno solo de los firmantes quiso percatarse de que los métodos estalinistas ya eran parte intrínseca del castrismo, que unos años antes había enviado a campos de concentración a
más de veinticinco mil cubanos, entre ellos el actual cardenal Jaime Ortega
Alamino y el cantautor Pablo Milanés;
había transformado
varias escuelas religiosas en sedes de la tristemente célebre
Seguridad del Estado, la STASI caribeña; había eliminado la festividad
del Día de Navidad y había prohibido realizar procesiones; los
creyentes confesos no podían trabajar como educadores ni estudiar
Historia, Periodismo, etc.; al solicitar trabajo o matrícula para
estudiar, se nos preguntaba: “¿tiene creencias religiosas? (…) ¿tiene familiares en el extranjero?”.
Todo
aquel que no aceptaba el pensamiento único de Fidel Castro era reprimido
con el ostracismo, el destierro, la cárcel o el
asesinato; marxistas, liberales, socialistas, trotskistas,
democratacristianos, anarquistas, etc. poblaban las cárceles cubanas,
donde la tortura ya estaba institucionalizada.
Gracias a la protesta internacional que provocó su encarcelamiento, Heberto Padilla y Belkis Cuza
Malé fueron liberados. Padilla fue expulsado
de la Universidad de la Habana y de la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC), y enviado a trabajar como traductor a la
editorial Arte y Literatura.
Cuando
Fidel Castro anunció su disposición a excarcelar a los presos políticos
y dejarlos salir de Cuba, así como a los ex presos
políticos, Heberto Padilla se dirigió oficialmente a él, solicitando
su autorización para salir del país, pero le fue negada. Entre las
numerosas gestiones de personalidades internacionales que
se hicieron para lograr la salida de Padilla, se destaca la del
editor de la revista The New York Review of Books,
Robert B. Silvers, la
del presidente del PEN American Center, el novelista Bernard
Malamud, así como la del político e historiador Arthur Schlesinger, Jr.,
quienes solicitaron la colaboración del senador Edward
Kennedy. Al fin el 13 de marzo de 1980, nueve años después de que se produjera el encarcelamiento de Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé, el régimen de los hermanos Castro le informó al senador Kennedy que Padilla y su esposa podrían salir de Cuba
hacia Estados Unidos -vía Montreal- el 16 de marzo de 1980. Heberto Padilla murió el 26 de septiembre de 2000, en su habitación de Auburn
State University (Alabama), donde impartía la asignatura de Literatura Iberoamericana.
Carta de los sesenta y dos intelectuales
en protesta por el “caso Padilla”
París, 20 de mayo de 1971.
Comandante Fidel Castro
Primer ministro del gobierno revolucionario de Cuba:
Creemos un deber comunicarle
nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión
que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido por
medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia
revolucionarias. El contenido y la forma de dicha confesión, con sus
acusaciones absurdas y afirmaciones delirantes, así como el
acto celebrado en la Uneac en el cual el propio Padilla y los
compañeros Belkis Cuza, Díaz Martínez, César López y Pablo Armando
Fernández se sometieron a una penosa mascarada de autocrítica,
recuerda los momentos más sórdidos de la época del estalinismo, sus
juicios prefabricados y sus cacerías de brujas. Con la misma vehemencia
con que hemos defendido desde el primer día la
Revolución Cubana, que nos parecía ejemplar en su respeto al ser
humano y en su lucha por su liberación, lo exhortamos a evitar a Cuba el
oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el
sistema represivo que impuso el estalinismo en los países
socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos
similares a los que están ocurriendo en Cuba. El desprecio a la dignidad
humana que supone forzar a un hombre a acusarse ridículamente de las
peores traiciones y vilezas no nos alarma por tratarse de un escritor,
sino porque cualquier compañero cubano –campesino,
obrero, técnico o intelectual– pueda ser también víctima de una
violencia y una humillación parecidas. Quisiéramos que la Revolución
cubana volviera a ser lo que en un momento nos hizo
considerarla un modelo dentro del socialismo.
Atentamente,
Claribel Alegría, Simone de
Beauvoir, Fernando Benítez, Jacques-Laurent Bost, Italo Calvino, José
María Castellet, Fernando Claudín, Tamara Deutscher, Roger
Dosse, Marguerite Duras, Giulio Einaudi, Hans Magnus Enzensberger,
Francisco Fernández Santos, Darwin Flakoll, Jean Michel Fossey, Carlos
Franqui, Carlos Fuentes, Ángel González, Adriano González
León, André Gortz, José Agustín Goytisolo, Juan Goytisolo, Luis
Goytisolo, Rodolfo Hinostroza, Mervin Jones, Monti Johnstone, Monique
Lange, Michel Leiris, Lucio Magri, Joyce Mansour, Daci
Maraini, Juan Marsé, Dionys Mascolo, Plinio Mendoza, Istvan
Meszaris, Ray Miliban, Carlos Monsivais, Marco Antonio Montes de Oca,
Alberto Moravia, Maurice Nadau, José Emilio Pacheco, Pier Paolo
Pasolini, Ricardo Porro, Jean Pronteau, Paul Rebeyrolles, Alain
Resnais, José Revueltas, Rossana Rossanda, Vicente Rojo, Claude Roy,
Juan Rulfo, Nathalie Sarraute, Jean Paul Sartre, Jorge
Semprún, Jean Shuster, Susan Sontag, Lorenzo Tornabuoni, José Miguel
Ullán, José Ángel Valente y Mario Vargas Llosa.
El poeta y el dictador
Tania Díaz Castro
5 de mayo de 2011
Aunque la revolución cubana pertenece a los tiempos modernos, las
normas internacionales sobre el respeto humanitario hacia los
prisioneros siempre las ha incumplido, sobre todo en el
Departamento de Seguridad del Estado (DSE), organismo dirigido desde
su fundación por el propio Fidel Castro.
Una de las prácticas más crueles del aparato represivo, ha sido
utilizar la tortura psicológica como método para doblegar la voluntad
del cautivo, aplicada por instructores adiestrados,
conocedores de las características psicológicas del ser humano, para
que tenga efecto hasta en hombres de agallas. Una de las víctimas de
esas prácticas fue el poeta y novelista Heberto Padilla
(1932-2000), detenido por Seguridad del Estado por manifestar sus
opiniones políticas entre sus amigos.
A través de la viuda de Padilla, Belkis Cuza Malé, que vive en el
exilio, se ha sabido que hasta el propio caudillo cubano calificó de
error el mea culpa público que fue obligado a hacer el
poeta, organizado por la Seguridad del Estado el 27 de abril de
1971, hace cuarenta años, después de haberlo amenazado durante
prolongados interrogatorios en una celda tapiada, hasta que aceptara
reconocerse culpable de lo que se le ordenaba.
Una semana antes del mea culpa, Fidel Castro había arremetido contra
los escritores cubanos y extranjeros que habían apoyado a Padilla,
llamándolos basura y ratas, en el discurso de clausura del
Congreso Nacional de Educación y Cultura.
Aquel 27 de abril, aproximadamente cien escritores fueron
localizados por teléfono y citados para que acudieran a una reunión
urgente en la Sala Villena de la Unión Nacional de Escritores y
Artistas de Cuba. Sus nombres aparecían en una lista que alguien
revisaba a la entrada de la sala.
A la hora señalada llegaron Heberto y su esposa Belkis. El poeta
comenzó a hablar. Parecía sereno, dueño de sí. ¿Realmente tenía interés
en convencer a sus amigos intelectuales?
Lo acordado con la policía política era decir que estaba arrepentido
de sus opiniones sobre la realidad del país, la libertad de expresión,
los problemas económicos. Virgilio Piñera lo escuchó,
aterrado y escondido detrás de una columna.
Norberto Fuentes pidió dos veces la palabra para renegar de sus
comentarios, hechos a Heberto en sus conversaciones. José Lezama Lima no
acudió a la cita. Dicen que hubiera muerto allí mismo de
un infarto, al ser acusado de cómplice. Nicolás Guillén, como buen
conocedor de las purgas y crímenes de Stalin, se quedó en su casa,
acostado, “con gripe”.
¿A quién convenció Heberto, me pregunto hoy, si como dijo poco
después: “No hay poesía que secunde a un tirano, porque cada verso es un
dardo contra su existencia, cada línea su enemigo mayor”?
Cuando el autor de Fuera del juego terminó de explicar que
había cambiado de criterios en una celda tapiada, un extraño silencio
antecedió a los aplausos. ¿Se trataba de una prueba de
que ninguno de los allí presentes aceptó que le taparan el sol con
un dedo al poeta?
Heberto Padilla jamás hizo mal a nadie. A partir de aquella noche,
como todo poeta amante de la vida y del amor, continuó luchando por su
libertad y por la libertad de la mujer de su corazón.
“El caso Padilla”, 40 años después
Alfredo Fernández
27 de abril de 2011
La fecha 27 de abril de 1971 parece intrascendente. Más para nada lo
es, pues ese día de manera oficial se marcó la ruptura de buena parte
de la intelectualidad mundial con la Revolución Cubana.
Resulta que al caer la noche en la sede de la Unión de Escritores y
Artistas de Cuba, Uneac, se celebraría uno de los actos más siniestros
de autoinculpación que hayan tenido lugar en todo los
tiempos en el hemisferio occidental; la víctima en cuestión sería
nada más y nada menos que un poeta, Heberto Padilla (20 enero, 1932 – 24
septiembre, 2000).
Su agonía había comenzado justo cuatro años atrás, en 1967 cuando el
jurado del premio de poesía de la Uneac, Julián del Casal, el cual
estaba presidido por el poeta y novelista José Lezama Lima,
le había concedido el primer premio a su libro Fuera del juego. El libro en cuestión abordaba uno de las relaciones que muy raras veces se da lugar en la literatura cubana, la
relación poesía e historia.
El libro cuenta con versos como este que corroboran “la difícil relación”:
Ahí está nuevamente la miserable humillación
Mirándote a los ojos de perro
Lanzándote contra las nuevas fechas
Y los nombres.
¡Levántate miedoso.
Y vuelve a tu agujero como ayer, despreciado,
Inclinando otra vez la cabeza,
Que la Historia es el golpe que debes aprender a resistir.
La Historia es ese sitio que nos afirma y nos desgarra.
La Historia es esa rata que cada noche sube la escalera.
La Historia es el canalla
Que se acuesta de un salto también con la Gran Puta.
Resulta que el poeta Padilla, había trabajado a inicio de los años
sesentas en la embajada cubana en Londres, allí, según diría años
después en su libro La mala memoria, trabó
amistad con intelectuales y artistas exiliados del campo socialista,
como los checos Otta Sic y Karel Kosic, polacos, como Oscar Lange y
Leazek Kolakowsky, húngaros, como Georg Lukács, y rusos
como Evgueni Evtuchenko, quienes le advirtieron sobre los rigores de
la vida en el socialismo y por qué no, fueron de cierta manera el motor
impulsor de su famoso libro.
Este acto de “autoinculpación” celebrado en la Uneac habanera, ante
los intelectuales cubanos más importantes del momento, resultaba el
colofón de una detención que se le había realizado un mes
antes a Padilla y a su esposa, la también poeta Belkis Cuza Malé (en
la foto junto a su marido), por los órganos de la Seguridad del Estado.
Allí se le “preparó” para este día, donde “milagrosamente” el poeta
Padilla se presentaba ante una repleta sala Villena de la Uneac no sólo
“arrepentido” de haber escrito Fuera del Juego, sino
también, como un equivocado “escritor burgués, indigno de ser leído
por los obreros e incapaz de entender la complejidad del proceso
revolucionario”. Durante el penoso acto el poeta también habló
de su impostergable necesidad de pensar y actuar como “alguien al
lado de La Revolución.”
Padilla durante su auto recriminación involucró a otros artistas y
escritores, los cuales también tuvieron que auto reprocharse su pobre
relación con el “histórico momento que estaba viviendo el
país.”
La intelectualidad mundial y sobre todo la que había mostrado hasta
ese momento su apoyo incondicional a la Revolución Cubana no tragó el
anzuelo, el montaje teatral ya era conocido; Stalin lo
había estrenado en 1938 durante los tristemente celebres “Procesos
de Moscú.”
Así que “el arrepentimiento” del poeta Padilla causó totalmente el efecto contrario al esperado.
Intelectuales que hasta entonces habían apoyado a la Revolución
Cubana, suscribieron una carta donde condenaban el hecho y de paso
concluían su apoyo al proceso cubano para comenzar a concebirlo
desde ese instante como una simple dictadura.
De esta manera los Premios Nobeles de Literatura Jean Paul Sartre,
Octavio Paz y Mario Vargas Llosa junto a los también escritores Jorge
Luis Borges, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Susan Sontang,
Luis y Juan Goytisolo, etc., suscribirían la misiva. Los escritores
Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Mario Benedetti, aunque
condenaron el hecho, continuaron su relación de amistad con el
gobierno cubano.
Padilla a partir del suceso tendría que vivir aún nueve años más de
su vida en ostracismo, hasta que en 1980 pudo abandonar el país. Pero
dejemos que sea el escritor Reinaldo Arenas desde su
libro Antes que anochezca quien nos describa al poeta Heberto
Padilla la última vez que lo vio en la isla:
“Cuando llegamos a la esquina de la calle 20 y la Quinta Avenida de
Miramar, vi junto a uno de los grandes árboles que allí crecían a
Heberto Padilla, que venía caminando por la acera; blanco,
rechoncho y desolado, era la imagen de la destrucción. A él también
habían logrado “rehabilitarlo”; ahora se paseaba por entre aquellos
árboles como un fantasma.”
El caso Padilla no sólo significó un “parte aguas” en la relación de
los intelectuales del mundo con la Revolución Cubana, sino que también
marcó el comienzo, de manera explicita, de una política
de “parametraje” hacia los artistas de la isla por parte del
gobierno.
Política la cual el intelectual cubano Ambrosio Fornet ha nombrado
como “EL Quinquenio Gris”, periodo que en realidad se extendió hasta
1980 y que imposibilitó a todo aquel que “no reuniera los
parámetros políticos y morales” exigidos por el gobierno
revolucionario, para desempeñar cualquier labor en la cultura.
La parametrización tenía como fin hacer a un lado del proceso
revolucionario a homosexuales, y a todo aquel que su postura social
pudiera considerarse “dudosa” hacia la Revolución o de
“diversionismo ideológico.”
Por la importancia de este suceso para comprender a la Revolución
Cubana creo que no se debe dejar pasar por alto, “la celebración” de los
40 años del suceso recogido en la historia de Cuba como:
“El Caso Padilla.”
Tiempos difíciles
Manuel Díaz Martínez
15 de octubre de 2006
A
principios de 1971, cuando Jorge Edwards llegó a La Habana para reabrir
la Embajada chilena, en Cuba corrían tiempos difíciles. La
férula impuesta por Fidel Castro a la creación cultural, 10 años
antes, con su fórmula censoria “Dentro de la revolución, todo; fuera de
la revolución, nada” -contenida en sus Palabras a los
intelectuales- se había hecho más onerosa y ominosa a partir de
1968. Ese año, un jurado del que formé parte le concedió el Premio de
Poesía de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC) al libro de Heberto Padilla Fuera del juego, que el Gobierno consideraba contrarrevolucionario y cuya premiación intentó
impedir.
Votar por Fuera del juego
fue un desacato al dirigismo oficial, un acto de
rebeldía que los mandos políticos, preocupados por los brotes de
disidencia que en aquella época proliferaban en la intelectualidad de
los países del Este, y temerosos de que en Cuba cundiera el
ejemplo, reprimieron con saña.
En noviembre de 1968 comenzaron a aparecer en Verde Olivo,
la revista de
las Fuerzas Armadas, unos artículos firmados por Leopoldo Ávila, a
quien nadie conocía. Se sospechaba que era un teniente del Ejército, un
hombre de Raúl Castro, que dirigía esa revista.
El tal
Ávila dedicó artículos rabiosos a Padilla, Virgilio Piñera, Antón
Arrufat, Cabrera Infante... En algunos no falta el término
homosexual blandido como anatema. Su artículo Sobre algunas corrientes de la crítica y la literatura en Cuba
es la sinopsis del dogma
gubernamental sobre la literatura y el arte, o sea, la horma para
los creadores cubanos. En él se hacía la exégesis del apotegma de Castro
antes citado, que es eco de la consigna de Mussolini
“Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el
Estado”. Pese al carácter programático del texto, en él hay espacio para
capirotazos nominales: “Cabrera es un tallador de la CIA.
Con Severo Sarduy y Adrián García trazan desde el extranjero el
camino de la traición...”.
La
tensa calma que siguió a aquellos premios de la UNEAC estalló en 1971
con dos incidentes ocurridos a comienzos de ese año y en los
cuales se vio involucrado Heberto Padilla por su estrecha relación
con los protagonistas. Uno fue la desavenencia entre las autoridades
cubanas y Jorge Edwards, a quien esas autoridades acusaron
de conspirar con Padilla contra la revolución. En marzo de aquel
año, Edwards fue expulsado de Cuba. El otro incidente fue el arresto en
La Habana, bajo la imputación de trabajar para la CIA, del
periodista francés Pierre Golendorf.
A
Padilla y a su mujer, la poetisa Belkis Cuza Malé, los detuvieron aquel
mes. Los policías les abrieron la puerta del apartamento a
empellones y los llevaron a un cuartel de la Seguridad, donde los
incomunicaron. El revuelo internacional que el arresto del poeta provocó
fue mayúsculo. Julio Cortázar fue uno de los que más
defendieron a Padilla. Luego se echó atrás y culpó absurdamente a
Padilla y a sus amigos del libro de Jorge Edwards Persona non grata.
En la revista española Índice, Julio sugirió que Edwards hizo ese libro porque nosotros lo instigamos.
En abril, la Seguridad divulgó una “carta de Heberto Padilla al Gobierno Revolucionario”. La deprimente redacción y el grotesco
contenido de esa carta inducen a suponer que nuestro poeta es tan autor de ella como de La Divina Comedia.
Tras
la aparición de la carta, Padilla fue liberado y me llamó para decirme
que iba a celebrarse un acto en la UNEAC en el que se
autocriticaría y en el que la Seguridad me daría, como a otros
escritores que él debía mencionar, la oportunidad de “reafirmarme” como
revolucionario reconociendo en público mis “errores”. Yo
continuaba aferrado a la quimera revolucionaria y acepté la invitación, pero no sabía de qué acusarme.
La
autocrítica se efectuó en la noche del 17 de abril de 1971. Cuando
entramos al salón, todo estaba a punto, incluyendo las cámaras
del Instituto Cubano de Cine que filmarían el espectáculo. Nicolás
Guillén, presidente de la UNEAC, se puso oportunamente enfermo y no
asistió.
No
olvido los gestos de estupor -mientras Padilla hablaba- de quienes
estaban sentados cerca de mí, ni la sombra de terror que
apareció en los rostros de aquellos intelectuales cubanos, jóvenes y
viejos, cuando Padilla empezó a citar nombres de amigos suyos que él
presentaba como virtuales enemigos de la
revolución.
Los
presentes que fuimos nombrados por Padilla hablamos inmediatamente
después de él. Ya ante el micrófono, yo seguía sin saber qué
decir. Pero hablé. En medio de mi difícil improvisación, me vi
culpando de todo aquello a la dirigencia política por no haber mantenido
un diálogo con los intelectuales, diálogo en el que, según
pensaba yo, se hubieran resuelto sin traumas todos los conflictos.
¿Ingenuidad? Mucha. La experiencia suele llegar tarde, y la mía aún
estaba en camino. Lo que importa es vivir para darle tiempo
a llegar.
Algunos poemas de Heberto Padilla
EN TIEMPOS DIFÍCILES
A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una época difícil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lagrimas
para que contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Le pidieron sus labios
resecos y cuarteados para afirmar,
para erigir, con cada afirmación, un sueño
(el-alto-sueño);
le pidieron las piernas,
duras y nudosas,
(sus viejas piernas andariegas)
porque en tiempos difíciles
¿algo hay mejor que un par de piernas
para la construcción o la trinchera?
Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño,
con su árbol obediente.
Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros.
Le dijeron
que eso era estrictamente necesario.
Le explicaron después
que toda esta donación resultaría inútil
sin entregar la lengua,
porque en tiempos difíciles
nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.
Y finalmente le rogaron
que, por favor, echase a andar,
porque en tiempos difíciles esta es, sin duda, la prueba decisiva.
EL DISCURSO DEL MÉTODO
Si después termina el bombardeo,
andando sobre la hierba que puede crecer lo mismo
entre las ruinas
que en el sombrero de tu Obispo,
eres capaz (lo imaginar que no estás viendo
lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos,
o que no estás oyendo
lo que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía;
o (lo que es peor)
piensas que será suficiente la astucia o el buen juicio
para evitar que un día, al entrar en tu casa,
sólo encuentres un sillón destruido, con un montón
de libros rotos,
yo le aconsejo que corras enseguida,
que busques un pasaporte,
alguna contraseña,
un hijo enclenque, cualquier cosa
que puedan justificarte ante una policía por el momento torpe
(porque ahora está formada
de campesinos y peones)
y que te largues de una vez y palo siempre.
Huye por la escalera del jardín
(que no te vea nadie).
No cojas nada.
No servirán de nada
ni un abrigo, ni un guante, ni un apellido,
ni un lingote de oro, ni un título borroso.
No pierdas tiempo
enterrando joyas en las paredes
(las van a descubrir de cualquier modo).
No te pongas a guardar escrituras en los sótanos
(las localizarán después los milicianos).
Ten desconfianza de la mejor criada.
No le entregues las llaves al chofer, no le confíes
la perra al jardinero.
No te ilusiones con las noticias de onda corta.
Párate ante el espejo más alto de la sala, tranquilamente,
y contempla tu vida,
y contémplate ahora como eres
porque ésta será la última vez.
Ya están quitando las barricadas de los parques.
Ya los asaltadores del poder están subiendo a la tribuna.
Ya el perro, el jardinero, el chofer, la criada
están allí aplaudiendo.
ORACIÓN PARA EL FIN DE SIGLO
Nosotros que hemos mirado siempre con ironía e indulgencia
los objetos abigarrados del fin de siglo: las construcciones
trabadas en oscuras levitas. Nosotros para quienes el fin de siglo fue a lo sumo
un grabado y una oración francesa.
Nosotros que creíamos que al final de cien años sólo había
un pájaro negro que levantaba la cofia de una abuela.
Nosotros que hemos visto el derrumbe de los parlamentos
y el culo remendado del liberalismo.
Nosotros que aprendimos a desconfiar de los mitos ilustres
y a quienes nos parece absolutamente imposible
(inhabitable)
una sala de candelabros,
una cortina
y una silla Luis XV.
Nosotros, hijos y nietos ya de terroristas melancólicos
y de científicos supersticiosos,
que sabemos que en el día de hoy está el error
que alguien habrá de condenar mañana.
Nosotros, que estamos viviendo los últimos años
de este siglo,
deambulamos, incapaces de improvisar un movimiento
que no haya sido concertado;
gesticulamos en un espacio más restringido
que el de las líneas de un grabado;
nos ponemos las oscuras levitas
como si fuéramos a asistir a un parlamento,
mientras los candelabros saltan por la cornisa
y los pájaros negros
rompen la cofia de esta muchacha de voz ronca.
CADA VEZ QUE REGRESO DE ALGÚN VIAJE
Cada vez que regreso de algún viaje
me advierten mis amigos que a mi lado se oye un gran estruendo.
Y no es porque declare con aire soñador
lo hermoso que es el mundo
o gesticule como si anduviera
aún bajo el acueducto romano de Segovia.
Puede ocurrir que llegue
sin agujero en los zapatos,
que mi corbata tenga otro color,
que mi pelo encanezca,
que todas las muchachas recostadas en mi hombro
dejen en mi pecho su temblor,
que esté pegando gritos o se hayan vuelto
definitivamente sordos mis amigos.
EL HOMBRE AL MARGEN
Él no es el hombre que salta la barrera
sintiéndose ya cogido por su tiempo, ni el fugitivo
oculto en el vagón que jadea
o que huye entre los terroristas, ni el pobre
hombre del pasaporte cancelado
que está siempre acechando una frontera.
Él vive más acá del heroísmo
(en esa parte oscura);
pero no se perturba; no se extraña.
No quiere ser un héroe,
ni siquiera el romántico alrededor de quien
pudiera tejerse una leyenda;
pero está condenado a esta vida y, lo que más le aterra,
fatalmente condenado a su época.
Es un decapitado en la alta noche, que va de un cuarto al otro,
como un enorme viento que apenas sobrevive con el viento de afuera.
Cada mañana recomienza
(a la manera de los actores italianos).
Se para en seco como si alguien le arrebatara el personaje.
Ningún espejo
se atrevería a copiar
este labio caído, esta sabiduría en bancarrota.
PARA ACONSEJAR A UNA DAMA
¿Y si empezara por aceptar algunos hechos
como ha aceptado —es un ejemplo— a ese negro becado
que mea desafiante en su jardín?
Ah, mi señora: por más que baje las cortinas; por más
que oculte la cara solterona; por más que llene
de perras y de gatas esa recalcitrante soledad; por más
que corte los hilos del teléfono
que resuena espantoso en la casa vacía;
por más que sueñe y rabie
no podrá usted borrar la realidad.
Atrévase.
Abra las ventanas de par en par. Quítese el maquillaje
y la bata de dormir y quédese en cueros
como vino usted al mundo.
Échese ahí, gata de la penumbra, recelosa, a esperar.
Aúlle con todos los pulmones.
La cerca es corta; es fácil de saltar,
y en los albergues duermen los estudiantes.
Despiértelos.
Quémese en el proceso, gata o alción; no importa.
Meta a un becado en la cama.
Que sus muslos ilustren la lucha de contrarios.
Que su lengua sea más hábil que toda la dialéctica.
Salga usted vencedora de esta lucha de clases.
DICEN LOS VIEJOS BARDOS
No lo olvides, poeta.
En cualquier sitio y época
en que hagas o en que sufras la Historia,
siempre estará acechándote algún poema peligroso.
SOBRE LOS HÉROES
A los héroes
siempre se les está esperando,
porque son clandestinos
y trastornan el orden de las cosas.
Aparecen un día,
fatigados y roncos
en los tanques de guerra,
cubiertos por el polvo del camino,
haciendo ruido con las botas.
Los héroes no dialogan,
pero planean con emoción
la vida fascinante de mañana.
Los héroes nos dirigen
y nos ponen delante del asombro del mundo.
Nos otorgan incluso
su parte de Inmortales.
Batallan
con nuestra soledad
y nuestros vituperios.
Modifican a su modo el terror.
Y al final nos imponen
la furiosa esperanza.
POÉTICA
Di la verdad.
Di, al menos, tu verdad.
Y después
deja que cualquier cosa ocurra:
que te rompan la página querida,
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.
ESE HOMBRE
A J. Fucik
El amor, la tristeza, la guerra
abren su puerta cada día, brincan
sobre su cama
y él no les dice nada.
Cogen su perro y lo degüellan, lo tiran
a un rincón
y no les dice nada.
Dejan su pecho hundido
a culatazos
y no dice nada.
Casi lo entierran
vivo
y no les dice nada.
¿Él qué puede decirles?
Aunque lo hagan echar espuma
por la boca,
él lucha, él vive,
él preña a sus mujeres,
contradice la muerte a cada instante.
A J. L. L.
Hace algún tiempo
como un muchacho enfurecido frente a sus manos atareadas
en poner trampas
para que nadie se acercara,
nadie sino el más hondo,
nadie sino el que tiene
un corazón en el pico del aura,
me detuve a la puerta de su casa
para gritar que no,
para advertirle
que la refriega contra usted ya había comenzado.
Usted observaba todo.
Imagino que no dejaba usted de fumar grandes cigarros,
que continuaba usted escribiendo
entre los grandes humos.
¿Y qué pude hacer yo,
si en su casa de vidrio de colores
hasta el cielo de Cuba lo apoyaba?
HOMENAJE A HUIDOBRO
No pudimos hacerla florecer en el poema
y la dejamos en el jardín,
que es su lugar natural.
EL ACTO
Impulsado por la muchedumbre
o por alguna súbita locura; vestido como cualquiera
de nosotros, con una tela a rayas
(ya demasiado pálida); la cara larga
que no podría describir
aunque me lo propusiera, y todo el cielo arriba
de modo que cuando sonreía
estaban todo el cielo y su locura,
el pobre hombre soportó el ataque.
Y antes de que corriera medio metro
ya estábamos pensando que éste sería el último
acto que retendríamos de él
(porque usualmente gente de su calaña
se pierden en los barrios, se mueren
y aparecen un día, de pronto, en los periódicos).
Pero lo cierto es que resistió el ataque
y se lanzó al verano, al vacío.
O lo lanzaron
(estas cosas nunca se saben bien).
El hombre estaba allí, cuando lo vimos, ensangrentado,
tambaleándose, en el jardín.
Se lo llevaron medio muerto.
Pero el intenso azul no desaparecía de sus ojos,
de modo que aunque no sonreía, ahí estaban
todo el azul del cielo y su locura.
La noche entera se la pasó gritando, hasta el final.
LA VUELTA
Te has despertado por lo menos mil veces
buscando la casa en que tus padres te protegían contra el mal
tiempo, buscando
el pozo negro donde oías el tropel
de las ranas, las tataguas que el viento hacía volar
a cada instante.
Y ahora que es imposible
te pones a gritar en el cuarto vacío
cuando hasta el árbol del potrero
canta mejor que tú el aria de los años perdidos.
Ya eres el personaje que observa, el rencoroso,
cogido, irremediable, por lo que ves
y mañana te será tan ajeno como hoy le eres
a todo cuanto pasó sin que fueras capaz
de comprenderlo,
y el pozo seguirá cantando lleno de ranas
y no podrás oírlas
aunque peguen brincos delante de tu oreja;
y no sólo tataguas, sino tu propio hijo
ya ha comenzado a devorarte
y ahora lo estás mirando vestido con tu traje,
meando detrás del cementerio, con tu boca
y tus ojos y tú como si tal cosa.
LOS QUE SE ALEJAN SIEMPRE SON LOS NIÑOS
Los que se alejan siempre son los niños,
sus dedos aferrados a las grandes maletas
donde las madres guardan los sueños y el horror.
En los andenes y en los aeropuertos
lo observan todo
como si dijeran: “¿Adónde iremos hoy?”
Los que se alejan siempre son los niños.
Nos dejan cuerdecillas nerviosas, invisibles.
Por la noche nos tiran, tenaces, de la piel;
pero siempre se alejan, dando saltos, cantando
en ruedas (algunos van llorando)
hasta que ni siquiera un padre los puede oír.
EN LUGAR DEL AMOR
Siempre, más allá de tus hombros veo al mundo.
Chispea bajo los temporales.
Es un pedazo de madera podrida, un farol viejo
que alguien menea como a contracorriente.
El mundo que nuestros cuerpos
(que nuestra soledad) no pueden abolir,
un siglo de zapadores y hombres
ranas debajo de tu almohada,
en el lugar en que tus hombros
se hacen más tibios y más frágiles.
Siempre, más allá de tus hombros
(es algo que ya nunca podremos evitar)
hay una lista de desaparecidos,
hay una aldea destruida,
hay un niño que tiembla.
UNA MUCHACHA SE ESTÁ MURIENDO ENTRE MIS BRAZOS
Una muchacha se está muriendo entre mis brazos.
Dice que es la desconcertada de un peligro mayor.
Que anduvo noche y día para encontrar mi casa.
Que ama las piedras grises de mi cuarto.
Dice que tiene el nombre de la Reina de Saba.
Que quiere hacerse cargo de mis hijos.
Una muchacha larga como los gansos.
Una muchacha forrada de plumajes,
suave como un plumón.
Una cabeza sin ganas de vivir.
Unos pechitos tibios debajo de la blusa.
Unos labios más blancos que la córnea de su ojo,
unos brazos colgando de mi cuello,
una muchacha muriéndose irremediablemente entre mis brazos,
torpe, como se mueren las muchachas;
acusando a los hombres,
reclamando, la pobre, para este amor
de última hora
una imposible salvación.
EL ÚNICO POEMA
Entre la realidad y el imposible
se bambolea el único poema. Retenlo
con las manos, o con las uñas, o con los ojos
(si es que puedes) o la respiración ansiosa.
Dótalo, con paciencia, de tu amor
(que él vive solo entre las cosas).
Dale rechazos que vencer
y otra exigencia
mucho mayor que un límite,
que un goce.
Que te descubra diestro, porque es ágil;
con los oídos alertas, porque es sordo;
con los ojos muy abiertos, porque es ciego.
AÑOS DESPUÉS
Cuando alguien muere,
alguien (ese enemigo) muere
de frente al plomo que lo mata,
¿qué recuerdos,
qué mundo amargo, nuestro, se aniquila?
Porque los enemigos salen, al alba, a morir.
Se les juzga.
Se les prueba su culpa.
Pero, de todos modos, salen luego a morir.
Yo pienso en los que mueren.
En los que huyen.
En esos que no entienden
o que (entendiendo) se acobardan.
Pienso en los botes negros
zarpando (a medianoche) llenos de fugitivos.
Y pienso en los que sufren y que ríen,
en los que luchan a mi lado
tremendamente.
Y en todo cuanto nace.
Y cuanto muere.
Pero, Revolución, no desertamos.
Los hombres vamos a cantar tus viejos himnos;
a levantar tus nuevas consignas de combate.
A seguir escribiendo con tu yeso implacable
el Patria o Muerte.
FUERA DEL JUEGO
A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia.
¡Al poeta, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera en los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar.
¡A ese tipo, despídanlo!
Echen a un lado al aguafiestas,
a ese malhumorado
del verano,
con gafas negras
bajo el sol que nace.
Siempre
le sedujeron las andanzas
y las bellas catástrofes
del tiempo sin Historia.
Es
incluso
anticuado.
Sólo le gusta el viejo Amstrong.
Tararea, a lo sumo,
una canción de Pete Seeger.
Canta,
entre dientes,
La Guantanamera.
Pero no hay
quien lo haga abrir la boca,
pero no hay
quien lo haga sonreír
cada vez que comienza el espectáculo
y brincan
los payasos por la escena;
cuando las cacatúas
confunden el amor con el terror
y está crujiendo el escenario
y truenan los metales
y los cueros
y todo el mundo salta,
se inclina,
retrocede,
sonríe,
abre la boca
“pues sí,
claro que sí,
por supuesto que sí…”
y bailan todos bien,
bailan bonito,
como les piden que sea el baile.
¡A ese tipo, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
ESTADO DE SITIO
¿Por qué están esos pájaros cantando
si el milano y la zorra se han hecho dueños de la situación
y están pidiendo silencio?
Muy pronto el guardabosques tendrá que darse cuenta,
pero será muy tarde.
Los niños no supieron mantener el secreto de sus padres
y el sitio en que se ocultaba la familia
fue descubierto en menos de lo que canta un gallo.
Dichosos los que miran como piedras,
más elocuentes que una piedra, porque la época es terrible.
La vida hay que vivirla en los refugios,
debajo de la tierra.
Las insignias más bellas que dibujamos en los cuadernos
escolares siempre conducen a la muerte.
Y el coraje, ¿qué es sin una ametralladora?
CANTAN LOS NUEVOS CÉSARES
Nosotros seguimos construyendo el Imperio.
Es difícil construir un imperio
cuando se anhela toda la inocencia del mundo.
Pero da gusto construirlo
con esta lealtad
y esta unidad política
con que lo estamos construyendo nosotros.
Hemos abierto casas para los dictadores
y para sus ministros,
avenidas
para llenarlas de fanfarrias
en la noche de las celebraciones,
establos para las bestias de carga, y promulgamos
leyes más espontáneas
que verdugos,
y ya hasta nos conmueve ese sonido
que hace la campanilla de la puerta donde vino a instalarse
el prestamista.
Todavía lo estamos construyendo
con todas las de la ley
con su obispo y su puta y por supuesto muchos policías.
TAMBIÉN LOS HUMILLADOS
Ahí está nuevamente la miserable humillación,
mirándote con los ojos del perro,
lanzándote contra las nuevas fechas
y los nombres.
¡Levántate, miedoso,
y vuelve a tu agujero como ayer, despreciado,
inclinando otra vez la cabeza,
que la Historia es el golpe que debes aprender a resistir.
La Historia es este sitio que nos afirma y nos desgarra.
La Historia es esta rata que cada noche sube la escalera.
La Historia es el canalla
que se acuesta de un salto también con la Gran Puta.
UNA ÉPOCA PARA HABLAR
A Archibald MacLeish
Los poetas griegos y romanos
apenas escribieron sobre doncellas, lunas y flores.
Esto es cierto, MacLeish.
Y ahí están sus poemas que sobreviven:
con guerras, con política, con amor
(toda clase de amor),
con dioses, por supuesto, también
(toda clase de dioses)
y con muertes
(las muchas y muy variadas formas de la muerte).
Nos mostraron su tiempo
(su economía, su política)
mucho mejor que aquellos con quienes convivían.
Tenían capacidad para exponer su mundo.
Eran hombres capaces en su mundo.
Su poesía era discurso público.
Llegaba a conclusiones.
Esto es cierto, MacLeish.
Y de nosotros ¿qué quedará,
atravesados como estamos por una historia en marcha,
sintiendo más devoradoramente día tras día
que el acto de escribir y el de vivir se nos confunden?
INSTRUCCIONES PARA INGRESAR EN UNA NUEVA SOCIEDAD
Lo primero: optimista.
Lo segundo: atildado, comedido, obediente.
(Haber pasado todas las pruebas deportivas).
Y finalmente andar
como lo hace cada miembro:
un paso al frente, y
dos o tres atrás:
pero siempre aplaudiendo.
ACECHANZAS
¿A quién doy realidad
cuando bajo de noche la escalera
y veo al impasible caballero
—con su ojo gris de estaño—
esperando, acechando?
Y hasta pudiera ser irreal,
el polvillo de unos zapatos,
al día siguiente, es siempre la única huella.
Pero entra ya en mi casa
—hombre o deidad—
que ahí están mis poemas, listos al fin,
y esperan.
CANTO DE LAS NODRIZAS
Niños: vestíos
a la usanza de la reina Victoria
y ensayemos a Shakespeare:
nos ha enseñado muchas cosas.
Sé tú el paje,
y tú espía en la corte, y tú
la oreja que oye detrás de una cortina.
Nosotras
llevaremos puñales en las faldas.
Ensayemos a Shakespeare, niños;
nos ha enseñado muchas cosas.
Del carruaje
ya han bajado los cómicos.
¿Divertirán de nuevo a un príncipe danés,
o la farsa es realmente pretexto,
un bello ardid contra las tiranías?
¿Y qué ocurre si al bajar el telón
el veneno no ha entrado aún en la oreja,
o simplemente Horacio no ha visto al Rey
(todo fue una mentira)
y ni siquiera Hamlet puede dar fe
de que no existiera
esa voz que usurpaba
aquel tiempo a la noche?
Ensayemos a Shakespeare, niños;
nos ha enseñado muchas cosas.
CANCIÓN DE UN LADO A OTRO
A Alberto Martínez Herrera
Cuando yo era un poeta que me paseaba
por las calles del Kremlin,
culto en los más oscuros crímenes de Stalin,
Ala y Katiushka preferían
acariciarme la cabeza,
mi curioso ejemplar de patíbulo.
Cuando yo era un científico
recorriendo Laponia,
compré todos los mapas en los andenes de Helsinski,
Sarikovski paseaba su búho de un lado a otro.
Apenas pude detenerme en el Sur.
Las saunas balanceándose al fondo de los lagos
y en la frontera rusa abandoné a mi amor.
Cuando yo era un bendito,
un escuálido y pobre enamorado
de la armadura del Quijote,
adquirí mi locura y este viejo reloj fuera de época.
Oh mundo, verdad que tus fronteras son indescriptibles.
Con cárceles y ciudades mojadas y vías férreas.
Lo sabe quien te recorre como yo:
un ojo de cristal
y el otro que aún se disputan el niño y el profeta.
LOS ENAMORADOS DEL BOSQUE IZMAILOVO
La primavera le da la razón.
El viento lo inunda y puede descifrarlo.
Los árboles pueden comprenderlo.
La vida quiere dialogar con él.
¡Porque hoy este hombre ama!
Inmenso tren, detente
en medio de la vía
para que veas al dichoso.
El poeta rompió su caja de penumbras,
huyó de pronto aquel dolor que traicionaba su poesía
y hoy lo acoge este bosque
donde ella se reclina
y el temblor de su pelo en el aire salvaje.
Su sangre es más ligera
cuando siente su piel. Sus labios
se abren dóciles al roce de estos labios,
la claridad del mundo resbala por su sien,
cae a trozos en la yerba,
transparenta el abrazo,
y entre los poros de esta muchacha él vive,
en toda soledad busca su forma única,
sobre los hombros débiles de niña
él sueña que se apoye la fuerza de la vida.
Detente, explorador,
y de una vez enfoca
tu catalejo escéptico
para que veas a éste: el triste, el solitario
quiere plantar los abedules
que hagan más ancho el cielo de Izmailovo,
con su tibia penumbra de hojarascas y pájaros.
¡Porque hoy este hombre ama!
Y el cartero que sale de un local desolado
lleva su nombre ardiendo en el bolsillo
las ortegas que huyen presurosas,
la ardilla que contempla el fruto aún verde
la elogian, la celebran;
las flores de Tashken, las crujientes
brujitas de Lituania,
los grandes arcos ucranianos
tejen guirnaldas para su sorprendente
cabeza de hechizada.
Y él anda loco, habla con todo el mundo;
la lleva de la mano, la conduce.
Y al regresar en metro hasta su casa,
sube corriendo, alegre, la escalera,
desde la buhardilla
contempla el sol que pica
sobre la plaza enorme,
pero al abrir los libros de Blok y de Esenine
descubre nuevos agujeros,
y hoy siente piedad por la polilla.
LOS HOMBRES NUEVOS
Cuando los últimos disparos
resonaban en el turbio canal,
y a través de los vidrios deshechos
se empezaba a borrar el humo negro;
miramos, anhelantes,
sin advertir siquiera
que junto a la caserna abandonada,
bajo los parapetos corroídos
por la sangre y la lluvia,
ellos habían crecido
(sus ojos y sus manos y sus pelos)
y salían gritando hacia el jardín desierto:
“¡La vida es este sueño! ¡La vida es este sueño!”
Pero la vida, ¿era este sueño?
¿De verdad que pensabas en serio, mi viejo
Calderón de la Barca, que la vida es un sueño?
EL HOMBRE QUE DEVORA LOS PERIÓDICOS DE NUESTROS DÍAS
El hombre que devora los periódicos de nuestra época
no está en un circo como los trapecistas o los come
candela.
Si hace un poco de sol se le puede encontrar en los
parques nevados o entrando en el Metro, arrastrado
por sus hábitos de lector.
Es un experto en la credulidad de nuestro tiempo este
reconcentrado.
La vida pasa en torno a él, no lo perturba, no lo alcanza.
Los pájaros lo sobrevuelan como a la estatua de la
Plaza de Pushkin.
Habitualmente, los pájaros lo cagan, lo picotean como
a un tablón flotante.
LA HORA
“El, ella o ello…”
Unamuno
A Haydde y Gustavo Eguren
Mi hora vendrá,
hará una seña en la escalera
y subirá a mi cuarto
donde arderá la estufa;
si en Londres,
estará el té dispuesto para ella;
si en Moscú,
tendrá todos los metros de mi casa
frente a la plaza de Smolensk.
Mi hora vendrá
(mi sola hora de gloria)
se asomará a la puerta,
y al mirarme dormido
cerca de la ventana de cristales
por donde puedo ver
el puente Borodino,
echará su elemento
entre mis ojos raros
y no sentiré el peso
como si me tocara
un ala en pleno vuelo.
Mi hora vendrá
me llamará despacio
con el zurrido ajeno
de las bocas que han dicho
mi nombre en todas partes,
de las bocas hundidas
en aquel sótano de Lyons,
de las bocas cansadas
de un barrio de New York,
de mi boca de niño
desenredando el nombre
sombrío de las cosas.
Pero sé que vendrá.
Lo mismo que una madre.
Se sentará a mi lado,
ciñéndose la falda con la mano huesuda,
el seno breve
se agitará de prisa para decirme:
“Todos los trenes que esperaba,
se retrasaron tanto,
niño mío…”
Y estará fatigada
(siempre se está después de un largo viaje)
y buscará
(debajo de mis gafas nubladas)
la víspera asombrosa
de verla vieja y niña.
Entonces
todas las casas que conozco
serán su única casa,
todas las furias de mi vida
serán su única furia,
todos los miedos de mi madre
serán su único miedo,
todos los cuerpos que he deseado
serán su único cuerpo,
todas las hambres que he sufrido
serán su única hambre.
Y yo estaré callado
para que no descubra
el sobresalto de mi piel
atenta al ruido de su paso.
II
Te esperaré,
hora mía entre todas las horas de la tierra.
No habrá sueño o fatiga
que depongan el párpado entreabierto.
De espiar tu señal
siempre ha dolido mi ojo en vela.
Ahora espero de ti mis proezas, mis magias.
Como bajo la carpa de los circos,
del trapecio más alto
cuelga tú mi cabeza ardiente y elegida.
Como en las noches de Noruega
dora al fin mi vestigio de tu lumbre más alta.
Soy el viajero que va al Sur,
descúbreme, cantando, la tierra de tu paso.
Este es el centro del invierno,
cúbreme ya de todo el fuego.
Haz que mis libros tengan
tu fuerza y mi vehemencia. Di al mundo:
“amó, luchó”.
Arráncame la costra impersonal.
Redúceme, aterido,
entre tus manos diestras.
Que de algún modo sepan
que no todo fue inútil,
que tuvieron sentido mi impaciencia,
mi canto.
LOS VIEJOS POETAS, LOS VIEJOS MAESTROS
Los viejos poetas, los viejos maestros realmente
duchos en el terror de nuestra época, se han puesto
todos a morir.
Yo sobrevivo, lo que pudiera calificarse de milagro,
entre los jóvenes.
Examino los documentos:
los mapas, la escalada, las rampas de lanzamiento,
las sombrillas nucleares, la Ley del valor,
la sucia guerra de Viet Nam.
Yo asisto a los congresos del tercer mundo y firmo
manifiestos y mi mesa está llena de cartas y
telegramas y periódicos;
pero mi secreta y casi desesperante obsesión
es encontrar a un hombre,
a un niño, a una mujer
capaces de afrontar este siglo
con la cabeza a salvo, con un juego sin riesgos
o un parto, por lo menos, sin dolor.
NO FUE UN POETA DEL PORVENIR
Dirán un día:
él no tuvo visiones que puedan añadirse a la posteridad.
No poseyó el talento de un profeta.
No encontró esfinges que interrogar
ni hechiceras que leyeran en la mano de su muchacha
el terror con que oían
las noticias y los partes de guerra.
Definitivamente él no fue un poeta del porvenir.
Habló mucho de los tiempos difíciles
y analizó las ruinas,
pero no fue capaz de apuntalarlas.
Siempre anduvo con ceniza en los hombros.
No develó ni siquiera un misterio.
No fue la primera ni la última figura de un cuadrivio.
Octavio Paz ya nunca se ocupará de él.
No será ni un ejemplo en los ensayos de Retamar.
Ni Alomá ni Rodríguez Rivera
Ni Wichy el pelirrojo
se ocuparán de él.
La Estilística tampoco se ocupará de él.
No hubo nada extralógico en su lengua.
Envejeció de claridad.
Fue más directo que un objeto.
VÁMONOS, CUERVO
y ahora,
vámonos, cuervo, no a fecundar la cuerva
que ha parido
y llena el mundo de alas negras.
Vámonos a buscar sobre los rascacielos
el hilo roto
de la cometa de mis niños
que se enredó en el trípode viejo del artillero.
Padilla y la guerra nuclear
Rafael Rojas
1 de agosto de 2013
En uno de los capítulos de Tumbas sin sosiego (2006), dedicado a Heberto Padilla, comenté la
postulación de la Historia, con mayúscula, como personaje central de una imposible tragedia cubana, expuesta en el poemario Fuera del juego
(1968). Una relectura del cuaderno de Padilla,
en estos días, me advierte que otro de los personajes centrales de
esa poesía fue la guerra o, específicamente, la guerra nuclear.
Padilla
escribió casi todos los poemas que reunió en ese libro a mediados de
los 60, luego de su
regreso de Moscú. Sin embargo, sus múltiples alusiones a la guerra
nuclear tenían como trasfondo histórico no sólo la carrera armamentista
entre Estados Unidos y la Unión Soviética sino la mayor
aproximación a un escenario de conflagración atómica mundial, vivido
en aquellas décadas, que fue la crisis de los misiles de octubre de
1962.
Como
muchos otros escritores de su generación, Padilla vivió de cerca aquel
conflicto. En el otoño del
62 era corresponsal de prensa en la Unión Soviética y debió haberse
familiarizado con los detalles diplomáticos y militares de la tensión.
En varios poemas del cuaderno, como “El discurso del
método”, “La sombrilla nuclear” –una áspera conversación imaginaria
con Roberto Fernández Retamar-, “Estado de sitio” o “El abedul de
hierro”, Padilla refiere la posibilidad o la realidad de una
guerra nuclear.
En
ninguno de esos poemas, la decisión de ir a ese tipo de guerra, que no
sólo destruiría a Cuba sino
al hemisferio occidental, se atribuye a alguien en específico. El
apocalipsis era, para Padilla, una realidad de la Guerra Fría, tan
posible como la llegada del primer cosmonauta a la Luna. Aún
así, un lector atento a todo el cuaderno podía saltar de alguno de
esos poemas al titulado, por ejemplo, “Sobre los héroes”, y derivar
sentidos sumamente peligrosos.
En
cualquier caso, Padilla, a diferencia de la mayoría de los escritores
de su generación, comprendió
que la guerra nuclear implicaba un dilema moral, toda vez que con la
elección racional de la misma se estaba decidiendo la desaparición, ya
no de un pueblo entero, sino de buena parte de la
humanidad ¿Podía jugarse de manera inconsulta con esa posibilidad?
¿Quiénes arbitraban ese juego que, como el gran juego del poder, dejaba
fuera al poeta?
Cualquier
lector poco ingenuo llegaría a la interpretación de que los héroes,
esas criaturas que “no
dialogan”, que “planean con emoción la vida fascinante de mañana”,
que “nos ponen delante del asombro del mundo”, que “nos otorgan incluso
su parte de Inmortales”, que “batallan con nuestra
soledad y nuestros vituperios” y que “modifican a su modo el
terror”, podían también “imponernos la furiosa esperanza” de la guerra
nuclear.