La viuda de un gran poeta es la portadora de una peregrinación, por Elena Tamargo
(Foto cortesía de Belkis Cuza-Malé)
Mañana es el cumpleaños del poeta Heberto Padilla. Para celebrar esta fecha mi querida Elena Tamargo me ha mandado este precioso texto y Belkis esta linda foto, que comparto con ustedes. Además, les recuerdo que también mañana a las 8:30 pm la Fundación Apogeo, de Baltasar Santiago Martín, dedica su Tertulia de Intimity Forever al poeta Heberto Padilla, con la presencia de Belkis Cuza-Malé, en Cuba 8.
La viuda de un gran poeta es la portadora de una peregrinación
(Unos recuerdos para mi amiga, la sabia poeta Belkis Cuza Malé)
Elena Tamargo
Aunque lo había leído en mi adolescencia, en los pasillos de la escuela de Letras de La Habana, luego en los parques de Moscú, de la mano de otro poeta, mirando las cornejas abrir sus grandes cuevas después de los inviernos; aunque lo había recordado en los bosques de Rusia, donde yo había visto un abedul, en Navilsk o en Intá; y sabía que su capita de nylon, que el novelista Gustavo Eguren le había traído de Finlandia, se la habían querido comprar en una plaza por cien rublos; aunque en los aeropuertos, en los sitios que estuve, también había sentido que me gritaban por mi nombre; y pude imaginar a Macha “ágil como un demonio por no perder el tren de Odessa”, y desde luego que había buscado su casa en Smolensk, todo eso todavía de la mano de un poeta que también envejeció de claridad, fue en la Ciudad de México, donde por fin pudimos conocer a Heberto Padilla, a quienes nosotros, Osvaldo Navarro y yo, teníamos hasta entonces, por único modelo de lo que ha dado en llamarse para los que nos interesa el tema, los poetas de la tormenta, la poesía del dolor, poetas que vienen de ese mismo socialismo que abriga. Nosotros, que veníamos de Moscú, que habíamos releído a Padilla en esas noches frías, que con frecuencia lo invocábamos con Eugenio Stushenko, en su casa de Piridielkino, con champage ruso, y con nuestro amigo Yuri Paporov, ante una botella de buen vodka, vinimos a conocer a Heberto en ese valle a donde fuimos a parar, también después de Rusia.
Mi generación había seguido la huella de Heberto como si hubiera sido un antepasado de familia, no pudimos conocerlo en La Habana, ya lo habían expulsado, pero por circunstancias comunes sí podíamos comprobar la libertad que se recortaba en la cotidianidad, como le había pasado a él, y esa guerra entre el hombre amoroso, que no sólo tiene miedo a expresar sus sentimientos, sino que reacciona con humor e ironía ante ello, y a tiempo supimos con su experiencia, que buscar a toda costa materializarse en el cuerpo del poema, es el drama mayor de los poetas.
El, como ser extremadamente sensible e inteligente que sin dudas era, sabía con toda certeza que las formas, si de poesía se trata, son sólo invenciones, cuya novedad brilla un instante y después se apaga. Sabía también, y lo repitió hasta la saciedad en sus poemas, que en esa materia ya no existe nada nuevo que aportar, sino una incesante mezcla de la misma baraja, un “eternoretornógrafo”, para decirlo con palabras de Wichy Nogueras. Sabíamos también que por Padilla, se alejaban y perdíamos para nuestra formación un grupo grande de escritores casi imprescindibles, y que esa ciudad, por donde pasaba el mundo, se cerraba.
Pero Osvaldo y yo, en Moscú, corríamos con suerte y más que nunca recordábamos de memoria los poemas de Fuera de juego. Por eso, aunque yo no acostumbro, cuando escribo, hablar de cosas personales, más bien soy crítica con quienes lo hacen, este día he decidido compartir con mi amiga Belkis y con ustedes estas emociones, estas comparaciones. Nunca he escrito de Padilla, pero estoy segura que lo haré, porque en algo han coincidido nuestras vidas, no sé si en la tumba de Pasternak o en la Casa de Fontanka de Anna Ajmatova, o en unas noches blancas en el Neva, pero yo he visto llorar a un poeta en Moscú.
Heberto, como poeta, estaba por una determinada poesía que no se aparta de la realidad inmediata, que mezcla sin pudores la tribulación y la esperanza, que habla de las ciudades y de las melancolías... le escuché decir en la sala de mi casa de México, que un poeta lo es primero, porque es sincero, y porque escribe de la realidad, esa misma realidad que lo expulsó con Belkis y su niño.
Uno de los momentos supremos que nos dio el exilio a Osvaldo y a mí fue conocer a Heberto. Osvaldo, cuando lo despidió en la puerta de nuestra casa, aquella primera tarde de las que nos visitó, me dijo, y no exageraba: ¨Ele, ya valió la pena el exilio¨. Y tenía razón, porque de otro modo nunca hubiera sido posible sentarnos a la mesa con Padilla.
El poeta que habíamos recordado en tantos sitios y momentos se alejaba en un taxi después de algunos brandys, un arroz con pollo y los recuerdos de Rusia y de La Habana, y sin rencor, como diciendo, quiero merecer que al corazón me apunten.
La reconstrucción histórica de una época no puede mostrar la dolorosa evolución de la pérdida, pero la poesía si puede hacerlo. Si hablo aquí tanto de Rusia es por estar segura que es el único país del mundo donde se moría por un puñado de versos, y donde los poetas eran perseguidos no sólo porque se les consideraba importantes sino influyentes, y tal vez por eso, dentro de mi generación, puedo sentirme más cerca de Padilla que los demás que no tuvieron la suerte de haber vivido en Rusia.
También de Belkis me siento muy cercana. Ahora mismo me parece oir a Osvaldo decir “Una muchacha se está muriendo entre mis brazos. Dice que es la desconcertada de un peligro mayor/una muchacha muriéndose irremediablemente entre mis brazos, torpe, como se mueren las muchachas”; y como aquella tarde en México, hasta llegar a Miami es que pude conocer a esa muchacha, que también, como a Nadiezda Mandelstan, le hubiera podido tocar la misión de aprenderse de memoria los libros de su poeta, para salvarlos. La viuda de un gran poeta es, inevitablemente, la portadora de una peregrinación.
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