DESCRIPCIÓN DEL BLOG:

Es un blog literario dedicado íntegramante a destacar la figura de Heberto Padilla, escritor, poeta y hombre de pensamiento dentro del marco de las letras cubanas, así como, develar la génesis y las consecuencias dentro de la cultura hispana y universal del llamado Caso Padilla. Es nuestra intención acopiar documentos éditos e inéditos sobre el particular a modo de esclarecer las circunstancias que rodearon este momentum histórico y preservarlo como legado a las generaciones más jóvenes de escritores, poetas y artistas cubanos e hispanohablantes en general.

domingo, 24 de abril de 2011

Publicado el jueves 19 de julio del 2007  En The New Herald

De nuevo en torno al caso Padilla

NICASIO SILVERIO

Resulta en cierto modo inquietante tropezarse de nuevo, como por sorpresa, y a estas alturas del juego, con la manera en que todavía se recuerdan y analizan los hechos que rodearon, en 1968, a la publicación en Cuba del poemario Fuera del juego de Heberto Padilla. Y no sólo porque esos poemas sigan resonando al más alto nivel académico mundial, sino sobre todo porque estas novísimas aproximaciones al texto se realicen todavía desde la estéril y mentirosa perspectiva de la burocracia cultural cubana. La de entonces, y la idéntica de ahora. La más reciente pedantería nos llega de alguien que desestima burlonamente a Padilla y a su poesía, acusándolo, entre otros espantos, de haber politizado, malgastándolos, sus dones poéticos.

Si de politizar se tratase, y para ceñirnos sólo a una pequeña parte del siglo XX, habría que echar de las bibliotecas a la gran mayoría de los poetas españoles de la Generación del 27. Además, a casi todo el Canto General de Pablo Neruda. Y desde luego a muchísima poesía revolucionaria cubana del 59 a la fecha. Que ni es poesía, ni es revolucionaria.

En Cuba todo se politiza. Desde la Constitución de Guáimaro hasta la Libreta de Racionamiento. Y estoy de acuerdo con que quizás por la estrecha, inestable y casi incestuosa convivencia entre la poesía politizada y el panfleto podríamos convenir en líneas generales en que el arte se descalifica a sí mismo cuando deviene partisano. Pero lo que no me parece bien es permitir a algunos, a Pablo Neruda por ejemplo, escribir bodrios como su Oda a Stalin, y negarle la misma licencia al resto de la humanidad.

De hecho, la radical politización del entorno cubano en todas y cada una de sus manifestaciones constituyó de siempre una de las más profundas obsesiones estratégicas del monstruoso experimento social de la isla. Obsesiones que llegaron a buen fin a través de aquel discurso desde el poder que en principio pareció joven, vigoroso y seductor, para más tarde convertirse en chulesco, chato y bestial. El castillo de irás y no volverás, vaya. Sólo que ahora el castillo se situó en el idílico Caribe, hacia donde acudieron muchedumbres anhelantes de un papel de moscas pegajoso en busca de una utopía inasequible, como todas.

Pero algo inesperado le ocurriría en 1968 a la deliberada dinámica de la construcción artificial, y oficial, de un nuevo discurso cultural cubano. Algo con claros antecedentes en el tardío discurso de Nikita Kruschev de 1956 ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en el que denunció los horrores del estalinismo. Desde la perspectiva de los años 60 resultaba claro que la diatriba de Kruschev, por insincera que fuera, había contribuido a liberar poderosas energías político-sociales que hasta ese momento habían permanecido ocultas por el terror.

Durante su estancia en la Unión Soviética en 1963, Padilla fue testigo presencial de aquel despertar cultural iniciado en el 56. Y en medio de aquella fiebre de cambio, pudo haber pensado que los escritores soviéticos de la época necesitarían de un radical replanteamiento del discurso cultural, y que el cambio debería comenzar por el lenguaje. Es decir, por el análisis de la función del lenguaje, y de la poesía, en una sociedad libre. Según la disidencia, se imponía en la Unión Soviética la creación de una nueva gramática de las artes, de todas las artes, que posibilitara conversar en libertad sobre el mundo real, y no sobre los cantos de sirena del Estado.

En pocas palabras, Padilla intuyó en Moscú el peligroso descubrimiento de que el reyecito criollo andaba en cueros desde siempre. Los disfraces prestados, las ideas también prestadas y ajadas por el tiempo. El déspota cubano que había logrado mantener vigente en Cuba el futuro de hambre, campos de concentración y miseria que Valeriano Weyler había prometido a sus superiores en Madrid cuando asumió el mando militar de la isla. Y Padilla intuyó que los artificios teatrales del poder se vendrían abajo en Cuba, como estaba a punto de suceder en la propia Unión Soviética. Y tuvo el valor de enfrentar aquel monstruoso aparato propagandístico armado solamente de su poesía. Un proyecto de vida que sólo un inocente niño travieso, como suele ser todo artista de talento, y como en el fondo era Padilla, podía imaginar en aquellos momentos. Y hoy, en la distancia, a la vista de la historia reciente, nos damos cuenta que Padilla ganó la partida. Que tenazmente persiguió su objetivo, aunque le costara el sosiego de sus años últimos.

Escritor cubano residente en Miami.


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